domingo, 8 de febrero de 2009

MAYO


VALDEAJOS
DE LA
POSGUERRA AL PETRÓLEO (1.964)
VIDA COTIDIANA
JOSÉ MIGUEL GONZÁLEZ














(Mayo se representa como “Mayo caballero”. El caballero llevan un halcón para cazar).

Mayo era el mes de la flores en la iglesia y en el campo. En la iglesia era el mes de María. El rosario se alegraba con cánticos, “Venid y vamos todos con flores a porfía, con flores a María que madre nuestra es”. Se adornaban los altares con flores cortadas en el campo y azucenas y rosas cortadas en los huertos. Mayo se asocia en el recuerdo con el intenso y penetrante olor de azucena.
En mayo los chavales se afanaban en ir a buscar nidos de pájaros a los que se acercaban con cuidado y evitaban tocar para que los padres de los pajarillos no les aborrecieran. Entre los chicos se transmitían los descubrimientos. “Están poniendo”, se decía cuando se observaba que cada día aumentaba el número de huevecillos puestos por la madre. Cuando el nido estaba constantemente ocupado por alguno de los padres era que estaban “engüerando”, que estaban incubando. “Les han sacado”, cuando los pajarillos ya habían roto el cascarón y se les oía piar. “Están en cañón”, si les estaban saliendo las plumas, y “están para volar” cuando, cubiertos ya de buen plumaje, se preveía que pronto iban a realizar sus primeros vuelos.
“voy a hacer un chiflito”. Con un trozo recto de una rama de chopo se hacia un silbo. Sobre el trozo cortado se daban repetidos golpes con las cachas de la navaja hasta que la corteza “sudaba” y quedaba suelta. Se desprendía la corteza y se sacaba el interior redondo de madera. Con la navaja en una de las puntas se hacía un rebaje plano de unos centímetros. Se continuaba con un rebaje mas profundo y curvo. Se hacía un corte a la corteza en la parte superior coincidente con el rebaje curvo. Se introducía nuevamente la corteza y ya teníamos un silbato.
También se hacían “tirabiques” o tiragomas aprovechando una rama con forma de horquilla. Con los tirabiques se hacía puntería sobre cualquier blanco: perros, gatos o sobre los nidos de golondrinas, cobijados bajo el alar de los tejados.
El fútbol también en Valdeajos era el rey. Aquí se daban todos los factores para que el fútbol fuera el rey de los entretenimientos: campos llanos de hierba corta, mucho tiempo y chavales con ganas de jugar. Sólo escaseaba el más importante: el balón, pero siempre aparecía uno. Todos los días se jugaba al fútbol, especialmente los domingos.
Cada año se organizaba algún partido contra Sargentes, Dobro o algún otro pueblo. También aquí las aficiones se enfrentaban con cánticos,:” A la bin, a la ban, a la ban, a la bin bon ban, Valdeajos ganará”. Frecuentemente tocaba perder.
Otro entretenimiento, que se ponía de moda cada cierto tiempo, era el aro. Cada chico conseguía su aro, sacándolo de una cuba, de un carro, o de cual otra forma. También se fabricaban la guía con una varilla que se doblaba en un extremo en forma de u. Cogiendo la varilla por un extremo y empujando hacia delante el aro comenzaba a rodar. Parecería algo aburrido, sin embarco había temporadas en las que se echaban muchas horas caminando tras el aro.
El Bote era uno de los juegos más sencillos y divertidos. En cualquier sitio y en cualquier momento se podía jugar. Sólo se necesitaba un bote y unas piedras planas.
Era frecuente el juego del escondite. Una variedad era cuando los chicos se distribuían por distintos lugares del pueblo y voceaban: “tres aviones en el mar” y otros respondían: “otros tres en busca van”. Si no eran encontrados, nuevamente se hacían notar: “tres aviones en el mar”. No siempre era fácil la búsqueda.
Las chicas jugaban sobre todo al castro en el portal de la escuela. Dibujaban con tiza una serie de cuadrados. Se ponía un trozo de teja sobre el primer cuadrado y, a la pata coja, había que desplazarlo a otro cuadrado sin que la teja tocara las rayas de tiza. Si la teja quedaba tocando la raja se perdía y el castigo era encontrar la teja.
El día del Corpus Cristi estaba muy ligado a las flores. La víspera los niños con su maestra iban al campo a recoger toda clase de flores silvestres. Las más abundantes y vistosas eran las varas de San José y gallofitos. A primera hora de la mañana las mozas de cada barrio competían en adornar con flores su altar y los niños las esparcían por todo el trayecto. La procesión salía de la iglesia presidida por el estandarte, llevado al cinto por el mozo mayor, seguido por los hombres, niños, el alcalde con la cruz, el sacerdote con la custodia acompañado por dos monaguillos revestidos de blanco y detrás las mujeres entonando cantos religiosos. Se daba la vuelta al barrio de arriba y luego al de abajo haciendo una parada en cada altar altar.
El páramo renacía y florecía. Es increíble cómo un árido páramo se converte en un campo en flor. El amarillo de las argomas destacaba a lo lejos y su olor a miel penetraba hondamente. Las praderas crecían con diversidad de flores. Amarillos jévenes y rojas amapolas se dejaban ver en los sembrados, pero también daban su trabajo. Se escardaban los campos sembrados de trigo, de cebada y hieros. Se recogía este forraje y se traía a casa para echárselo a los bueyes.
Era también el tiempo de la siembra de la patata. El amo de casa se había levantado antes del amanecer. Había ordeñado las ovejas, acompañado por su mujer. Había apiensado bien a los bueyes, ya que iban a estar todo el día trabajando. Más tarde se levantaban los jóvenes y desayunaban. Se uncía los bueyes al carro cargado de sacos de patatas partidas, de mineral e instrumentos de trabajo como el arado romano y el rastro. Otra pareja llevaba el brabán.


Llegados a la tierra se cargaba el carro de basura y se distribuía en montones cada diez o doce metros. Después se esparcía cada montón. Ahora comenzaba el laboreo de la tierra.



o Lo primero era arar la tierra con el brabán. El brabán era un arado de hierro sobre dos ruedas con un mecanismo de palanca para cambiar el punto de profundidad y otro para dar vuelta la vertedera. Se araba a lo largo, cuando se llegaba al final del surco, a la voz del amo la pareja daba la vuelta y el campesino debía también voltear la vertedera para que la tierra cayera sobre lo orado. El brabán hacía mucho tiro y era necesaria mucha fuerza. De ahí que siempre se empleaba la pareja de más edad y fuerza. No era raro emplear una segunda pareja de “encuarta”. Generalmente araban a brabán los mozos que tenían más fuerza y agilidad.


Lo segundo era pasar repetidamente el rastro para deshacer los terrones y que la tierra quedara igualada y suelta “como la cernada.


o Finalmente, el amo abría un surco con la segunda pareja. Sobre el surco abierto, la mujer iba echando las patatas con una distancia aproximada de 30 centímetros. También sobre el surco abierto se echaba mineral y basura. La pareja daba la vuelta y ahora el arado romano tapaba las patatas. Y vuelta a empezar con otro surco. Había un empeño por hacer los surcos rectos e iguales. Era un signo de distinción. Esta labor la solía hacer el amo que tenía más experiencia y paciencia. La segunda pareja frecuentemente no estaba bien enseñada y tenía que ir delante un chaval.


Al medio día llegaba la comida. Ya se había visto o oído desde lejos que venían los chiguitos son sus capazos. Todos dejaban con alivio sus faenas y se iban sentando junto al carro. La madre iba sacando del capacho la tartera, el pan, las cucharas y alguna servilleta. De la parte superior de la tartera sacaba la carne de oveja, el chorizo, el tocino y “el relleno” (una especie de tortilla con hojas de perejil), debajo quedaba el cocido de garbanzos.
Todos iban cogiendo con sus cucharas los garbanzos de la misma cazuela y rebañando con mucho gusto el pan pegado al fondo. Los garbanzos todavía se conservaban calientes, pues al preparar la comida en casa se había cortado de la hogaza finas láminas de pan y se habían echado al fondo de la cazuela, que estaba al fuego, y sobre ellas el caldo y más tarde los garbanzos, la carne, el chorizo, el tocino. ¡Un barato y práctico termo”.
Después se iba comiendo la carne, el tocino y el chorizo. Como siempre fruta o postre no había. Durante la comida iba pasando de mano en mano la bota o la botija. Un poco de reposo, una cabezada y otra vez al surco.
Mientras los bueyes habían comido un saco de hierba seca o pacido unidos en alguna linde.
Terminada una tierra se comenzaba otra. Las tierras eran pequeñas. Todavía no había llegado la concentración parcelaria.
Al terminar la siembra en Lora, ya, las primeras patatas sembradas, estaban nacidas. Entonces se comenzaba a “ararlas”. El arado romano con “orejeras” se deslizaba por el hondo de dos surcos de patatas, los bueyes pisaban también por el hondo de los surcos laterales. Las orejeras ayudaban a levantar la tierra, el surco y a acercar la tierra a la raíz de la patata. El arado romano dejaba preparado el terreno para la siguiente labor: cavar las patatas.
La cava de patatas era una labor cansada y pesada. La postura para trabajar era muy incómoda: los pies separados y apoyados en el fondo de dos surcos, el cuerpo doblado hacia delante sobre el surco. Dolían los riñones y el tiempo se hacía eterno: subir un surco, otro y otro (se decía “subir un surco” porque la postura era más cómoda hacia arriba y siempre se subía. Cuando se terminaba un surco, se bajaba para comenzar otro). Ahora sí que se esperaba impacientes, el descanso de las “diez”, la comida, la merienda y la retirada. Para este trabajo se solía ajustar obreros del Valle Redible.
Sin embargo, con todo el cansancio que arrastraban cuando los jóvenes llegaban al pueblo, si hacía buena tarde, se sentaban a charlar chicos y chicas y se lo pasaban en grande.
Terminada la primera cava, si no había otro trabajo pendiente, se comenzaba una segunda vuelta de cava, a esta cava se llamaba “recepar”. El trabajo era más ligero. La tierra estaba más suelta. Ahora lo importante era quitar la hierba.
Mientras, de pronto, no se sabía muy bien cómo, aparecían los escarabajos. Era la hora de sulfatar. Esta era una tarea encomendada a los chiguitos. La herramienta era muy sencilla, económica y práctica, un bote de conservas. Se llenaba el bote de arseniato y se le cubría la boca con una media de cristal de mujer. Era la hora de mover el bote y espolvorear cada tolla, un surco y otro hasta terminar la tierra. Terminada ésta se comenzaba otra.
Al terminar la mañana estabas un poco atontado o mejor dicho intoxicado. A estas cosas entonces no se le daba importancia. Pero ahí estaban y seguramente con consecuencias. Eran frecuentes las muertes de cáncer en las personas mayores. No es extraño. Con las manos se cogía todo, arseniato, abonos químicos. Había poco agua y poca costumbre de lavarse antes de comer. Alguien decía que el labrador que no había comido una tonelada de tierra no era labrador.
Sobre la patata también se hacía otra tarea: la selección. Este era un trabajo que hacia la compañía PROPASI, pero pagaban los propietarios. Con las patatas, ya crecidas, comenzaba la primera selección. La cuadrilla de seleccionadores se componía de un jefe, el operario fijo de PROPASI, vecino de Valdeajos, seis u ocho cortadores y cuatro recogedores de tollas, estos eran operarios eventuales. Los seleccionadores cortaban las plantas enfermas y las plantas de otras variedades. Los recogedores las cogían y las dejaban fuera de la finca.
Se hacía una segunda selección en julio y una tercera y última en agosto. En esta última selección, ya salían patatas bastante gordas y los padres mandaban a sus hijos a recogerlas y si las fincas estaban lejos se llevaba el caballo para traerlas.

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