domingo, 8 de febrero de 2009

ENERO VALDEAJOS DE LA POSTGUERRA AL PETRÓLEO (1.964)





VALDEAJOS

DE LA

POSGUERRA AL PETRÓLEO (1964)

VIDA COTIDIANA

JOSÉ MIGUEL GONZÁLEZ










Dios Jano (jaunarius = enero) de triple frente, pasado, presente, futuro. tiene dos llaves para cerrar el pasado y abrir el futuro)


En estas páginas nos vamos a detener en el pasado, en la vida cotidiana de la posguerra hasta 1.965. Tiempos aquellos, que ya pasaron y no volverán, pero que tuvieron sus valores y un encanto especial. Los miramos con un poco de nostalgia.

El primer día del año, después de haber celebrado en familia la Nochevieja, nos levantamos un poco más tarde y lo primero es cumplir con Dios y con la Iglesia. A media mañana las campanas tocan a Misa.
“Ya han tocado la primera”. Comienza el revuelo en casa, hay que endomingarse rápido. La gente va llegando a la iglesia. Las mujeres, cubiertas con el velo negro, van dejando las “almadreñas” en el pórtico, se dan el “agua bendita” y se arrodillan en sus “reclinatorios”. Los hombres se quedan en el pórtico, se felicitan el Año Nuevo y charlan amigablemente. “Tocan la tercera”. Los hombres dejan atropelladamente sus almadreñas y suben al coro.
Don Faustino, revestido del alba, cíngulo, estola y casulla, comienza frente al altar y de espaldas al pueblo “introibo ad altarem Dei... los dos monaguillos, revestidos de blanco, contestan también en latín: Ad Deum qui laetificat juventutem meam. El rito es en latín, la lectura de la epístola, el evangelio y el sermón en castellano. Aprender todas las respuestas en latín era una dura prueba de aprendizaje para unos niños de ocho años.
Todo está estudiado: el rito sagrado en un lenguaje misterioso y oculto; el mensaje moral, claro y comprensible para todos. El silencio sólo es interrumpido por fuertes toses de catarros mal curados. Nadie se acerca a comulgar. Sólo se comulga en Pascua Florida. Para comulgar hay que estar libre de pecado y esto sólo se consigue tras la confesión. Hay mucho respeto a Dios.

Tras la misa, las mujeres van cogiendo sus almadreñas, salen, hacen corrillos en la calle y finalmente se dirigen a sus casas. Los chavales aprovechan para tirar algunas pellas de nieve. Los hombres continúan la tertulia en el pórtico un buen rato, rematan la mañana tomando un porroncillo de vino en la cantina de Abundio.

Al mediodía nos sentamos a la mesa. Hay una comida algo especial. Hay mucho alboroto. Muchos platos para poca mesa. Muchos comensales, muchas edades. Algún pique entre los pequeños La madre reparte y el padre sin palabras pone orden.
Días muy fríos, los de final y comienzo de año. La nieve cubre las calles. Es peligroso andar con las amadreñas, especialmente por los callejos sombríos y helados. Son días casi festivos, no hay escuela, los hombres tienen poco trabajo, apiensar al ganado y poco más. En casa para las mujeres siempre hay trabajo.
El día cinco por la noche los niños dejan con cuidado y con ilusión sus zapatos en la contraventana. El sueño ha sido más ligero y a primera hora se comprueba si los Reyes Magos han podido cumplir con su trabajo. Efectivamente, han dejado algunas cosas: naranjas, higos, pasas, castañas y un cuaderno con pinturas. Los juguetes no han podido llegar por la nieve. Estos Reyes Magos han sido prácticos. La ilusión, con todo, no ha sido defraudada. Esta noche ha nacido un corderillo negro de una oveja blanca. Los “chospidos” y carreras de los corderillos por la tinada contagian de alegría a la casa.
El día Reyes los pastores van pasando por las casas de cada vecino para recibir el aguinaldo. Son recibidos con unas copas de licor. El ama de casa les va entregando algo de la matanza, de cecina y legumbres. Se despiden alegres y se felicitan mutuamente el Año Nuevo.
La nieve es una constante. A veces especial: el Año Nuevo de mil novecientos cincuenta y dos, al comenzar a nevar, dos mozos de San Andrés, que trabajan escogiendo patatas en Valdeajos, deciden subir por miedo a que al día siguiente no lo puedan hacer. Efectivamente se calzan sus botas, se ajustan las polainas, se abrochan sus pellizas, se calan los pasamontañas y afrontan la subida resguardados primero del viento. Al votar a Paulette la cellisca les ciega y les congela. El frío y la cellisca todavía será más fuerte y en la llanada y en crucero. Finalmente llegan a Valdeajos. Entrar al calor de la “gloria” es el auténtico paraíso. Sigue nevando. Se cierran los caminos. La nieve les obligará a permanecer allí durante diecisiete días. Es un dato significativo del rigor de los inviernos en aquella época.

Las casas, de tejado a dos aguas, suelen tener tres plantas. En la primera planta están la cocina, un portal de distribución, la cuadra y la tinada. En la segunda, las habitaciones, un comedor y el pajar. En la tercera sobre las habitaciones está el desván abuardillado y con ventanas pequeñas.
La cocina era el centro de la casa, En el frente estaba la cocina económica alimentada constantemente con leña seca. A un costado solía haber un basar, rudimentario armario con baldas en las que se colocaban los tanques, tazones y cazuelas para el desayuno, los platos y fuentes, algún jarro para sacar el vino del pellejo. Junto al basar la mesa y las sillas. Debajo de la mesa una “eradas” o “calderetas”, llenas de agua. Agua para cocinar, garúa para fregar, agua para la comida del cerdo, agua para lavarse. No hay agua corriente. También había una o dos botijas, para beber.
La cocina es la estancia más caliente de la casa en invierno. Se atiza constantemente la cocina económica y su placa se pone al rojo vivo.

La gloria también calienta el suelo. La gloria es un sistema subterráneo de calefacción antiguo, muy eficiente y económico. Cada mañana se atacaba la gloria con paja de cebada, lentamente, sin prisa, hasta que el tiro era seguro; a continuación se añadía algo de leña para que ya no hubiera necesidad de preocuparse hasta el día siguiente.



En la cocina se almorzaba, se comía, se cenaba y... se trasnochaba. Durante las largas noches de invierno, las madres remendaban pantalones, hilaban o tejían; los padres componían alguna collada del ganado o cincha del caballo, las chicas planchaban sus faldas y los chicos hacían sus deberes escolares o jugaban al parchís. A estas veladas o trasnochadas de invierno siempre se unían algunos vecinos, de esta forma, al tiempo que se ahorraba leña en una casa, la conversación se hacía más amena.
En muchas ocasiones salía entonces el tema de guerra y el frente de Lorilla y el Somo. Cómo silbaban las balas a su lado cuando estaban segando en la tierra o acarreando. Cómo los hombres tenían que hacer guardia en la iglesia de allá arriba. Cómo en días serenos se intercambiaban insultos con los rojos. Cómo, en alguna ocasión, hubo una orden rápida de desalojo de mujeres e hijos menores de catorce años hacia el Rudrón y los hombres tuvieron que comer del rancho de los soldados. Cómo los soldados preparaban el rancho en algún vano. Como los soldados dormían en los pajares. Cómo los caballos del ejército nacional habían roto la puerta de la cuadra con sus coces.
La tertulia más animada y la cocina más caliente era la de la Tina y su marido Teodoro. La Tina, nacida en Lorilla, contaba con gran realismo cientos de anécdotas que les ocurrieron durante el asedio de Lorilla, pueblo asomado el valle Redible y zona roja. Cuando la narración de la Tina decaía, tomaba su turno su marido Teodoro y su hijo Justino, cantando y tocando canciones populares. Tocando con sólo sus manos sobre la mesa o un armario, eran unos verdaderos genios del ritmo y de humor. De vez en cuando Teodoro intercalaba un chiste o una anécdota graciosa.
Para los chavales el encontrar cada noche dónde cobijarse del frío y de la helada era un verdadero problema. Hoy una cocina, mañana una cuadra. Hoy en tu casa, maña en la mía. No se si me dejarán. En fin, es incomprensible cómo podíamos pasar tantas horas en la calle con tanto frío y tan contentos.
El portal daba acceso a otras dependencias y al piso superior. Servía para todo. Allí solía haber un mueble con una palangana, un jarro de agua y una toalla. Algún arca para guardar ropa ...
La cuadra solía tener espacio para tres parejas y un caballo o un burro. De frente, pegada a la pared estaba la pesebrera, formada por una viga longitudinal de roble y unos travesaños separando los pesebres. De la viga colgaban las cadenas para atar a los bueyes. Entre los bueyes, colgada del techo solía haber una cesta llena de harina de yeros. Cada pareja estaba separada por una “estambrera”, dos postes de madera unidos con tablas. Si en casa sólo había dos parejas y un caballo, el espacio sobrante se aprovechaba en invierno como sala de estar. En un costado de la cuadra solía estar el cortín de los cerdos y la pajera, que comunicada por una trampilla con el pajar.
La tinada de las ovejas era más espaciosa y solía tener varios apriscos. Pegadas a la pared estaban las canales, apoyadas por unos troncos de madera.
En la segunda planta había tres o cuatro habitaciones. Cada habitación solía tener una cama grande, un armario y dos mesillas. El comedor con una mesa despegable, sillas y un aparador. No se solía usar más que el día de la fiesta del pueblo.
El pajar ocupaba la segunda planta hasta el tejado y solía ser espacioso. En él se guardaba la paja negra (de hieros), la paja blanca (de trigo) y la hierba seca de las praderas.
Sobre la zona habitable estaba el desván. Solía hacer de troje para los hieros, la cebada y el trigo.
En enero la actividad en el campo era nula. La faena estaba en casa con el ganado.
Era el tiempo en que las ovejas comenzaban a parir. Si salían a pacer, antes de soltarlas, se apartaban aquellas que podían parir aquel día. Con todo, muchas parían en el campo y el pastor tenía que cargar con los corderos y tener buen cuidado de recordar de qué amo eran las crías.
Cuando se daba el caso de que alguna oveja aborrecía o despreciaba a su cría y no la amantaba, se encerraba a madre e hija en un estrecho recinto y le “enviscaban” un perro. Era el remedio para que la madre, tratando de proteger a su cría del extraño compañero de habitación, la mantuviera junto a ella y terminara por aceptarla.

Algo parecido se hacia cuando a una buena criadora se le había muerto su cría. Se le arrimaba otro cordero de una borrilla (madre de 1 año). Estando la oveja de pie, se la sujeta por el cuello y el cordero se encarga del resto de la operación apremiado por el hambre. Poco a poco ambos se iban encariñando.


Cuando las corderas tienen unos pocos días de vida se las rabona. Se sujeta con la mano izquierda la parte de cola que se desea mantener y, con la mano derecha se clava la uña del dedo gordo, se dan dos o tres vueltas retorciendo la cola para quebrar el hueso, se tira y ésta se desprende con gran facilidad.
Cuando los corderos se quedaban solos, ocupaban todo el espacio y aprovechaban para correr, saltar y chospar. Era todo un espectáculo contemplar sus chospidos. Al atardecer ya el hambre les acuciaba y comenzaban a balar. Balidos que atronaban cuando oían llegar a sus madres. Cuando éstas entraban en la tinada se lanchaban con todas sus fuerzas sobre sus ubres. Se arrodillaban, daban golpes con sus cabezas y movían sus colas, mientras tragaban con voracidad la rica leche.
A partir de ser primala, la oveja cambia dos dientes cada año hasta el quinto. Los entendidos saben la edad que tiene una oveja por el estado en el que se encuentra su dentadura. Se llama cordera, desde que nace hasta los seis meses. Borrilla, de los seis meses hasta un año. Primala, de uno a dos años. Borra, de dos a tres años. Igualada, de cinco a seis años. Vieja, a partir de los seis.
A las ovejas se les solía echar a la calle, mientas se echaba en las canales paja negra (de hieros) y grano de hieros. Al abrir la puerta se agolpaban, como lobas, para poder llegar las primeras a la canal y comer más que las demás. Cuando estaban paridas se les echaba más hieros y cuando salían a pastar a veces sólo se les echaba paja. Las canales eran los comederos, hechas al vaciar un tronco de roble.
La nieve retenía al ganado en la tinada largas temporadas hasta que el deshielo dejara grandes claros de pasto. Los amos estaban deseando de que el pastor tocara el cuerno para ahorrarse el pienso. El ganado lanar es muy voraz y las existencias de forraje siempre son escasas.
El alumbrado que se utilizaba en las majadas era el del candil de aceite y también el carburo. Sólo había luz eléctrica durante la noche y de muy baja calidad. Daba poco más luz que un candil y se marchaba constantemente. La luz eléctrica procedía de una pequeña central hidroeléctrica de Valdelateja.
Al ganado vacuno se le alimentaba con paja blanca (de trigo), harina de hierros, de cebada y también con hierba seca. A cada buey se le echaba en su pesebre una criba de paja y unos puños de harina. Había que apiensar por la mañana, al medio día y al atardecer. Al agua se les echaba por la mañana y por la tarde. Era frecuente que en los pilones se encontraran con otros bueyes y de vez en cuando se “lunchaban”. Se provocaban a distancia, berrando y escarbando. Se enfrentan con sus cabezas tratando de acoplar sus cuernos para ejercer más fuerza. Se arrastran un buen rato y finalmente el vencido se retira de la lucha, momento que el vencedor aprovecha para cornear al perdedor.
El amo siempre tenía que estar pendiente del ganado en invierno. “La vista del amo engorda al ganado”. La piel de los bueyes bien alimentado tenía un brillo especial. En los tiempos muertos se les cepillaban para que tuvieran buen aspecto, primero con un cepillo metálico, un rascador, y después con un cepillo de cerdas. Se esmeraban en cepillarlos, especialmente los días anteriores a las ferias.
Los bueyes eran absolutamente necesarios para el trabajo, para tirar del carro, del brabán y del arado romano. Pero también se comían una buena parte del trabajo. El pajar y la troje tenían que estar repletos antes del invierno. Si moría un buey, las finanzas anuales estaban en peligro. Para mitigar la pérdida, existía “la iguala”, una especie de seguro que se encargaba de abonar al amo una cantidad. Con el animal accidentado se quedaba la iguala y, si era recomendable y posible, trataba de vender o repartir la carne
La limpieza de la cuadra era otro trabajo duro y diario. Había que retirar las boñigas con el carrete y echar paja en las camas.

Cuando la nieve dejaba libre los caminos, se uncían los bueyes, se ensobeaban al carro, se cargaba la basura y se llevaba a las tierras que iban a sembrarse de patatas.
Se aprovechaba también algún día bueno para uncir por primera vez una pareja de novillos no domados. Una vez uncidos se daba unas vueltas con ellos para que aprendieran a andar uncidos. Otro día se les pondría a tirar del carro,
Por la noche ha caído una gran nevada y aún sigue nevando. Hay que abrir sendas. Para facilitar el trabajo se suelta los bueyes al agua y el amo se monta en el caballo. Los bueyes harán el primer trabajo de despejar el camino y las ovejas lo terminarán y mejorarán.
A la semana siguiente ha abierto el cielo y aparece un sol radiante. Las campanas tocan a concejo. El alcalde propone ir a espalar y abrir la carretera hacia Sargentes. Todos los varones se calzan gruesas botas de cuero o de goma, se ponen sus pellizas otabardos, cogen su pala y se van para el tajo. Unas cántaras de vino, pagadas por el alcalde han espoleado el trabajo y han traído alegría y diversión. El día ha terminado, al fin, en una fiesta improvisada en la cantina de Sargentes. Se ha roto el aburrimiento de la estancia junto a la lumbre.
Los chavales aprovechaban cada día la nieve dura para tirarse cuesta abajo con sus tablas, confeccionadas por ellos mismos. Esta diversión solía costar fuertes reprimendas y castigos de las madres por llegar mojados o por llegar tarde a la escuela. El castigo más frecuente era escribir en la pizarra 100 veces: no llegaré tarde a la escuela. También se castigaba la maestra a sí misma, que tenía que dar el visto bueno a cada pizarra llena.
Con las heladas el suelo se hacia peligroso y resbaladizo. De los tejados colgaban brillantes “chapiteles”. Cuando salía el sol y suavizaban las temperaturas comenzaba el deshielo. Las calles se llenaban de “murcia” y era difícil que el agua no entrara en las almadreñas y no se mojaran las alpargatas y los calcetines de lana.


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