viernes, 20 de febrero de 2009

D I C I E M B R E

D I C I E M B R E










(Diciembre. Ante una mesa bien surtida de viandas, el personajes se calienta los pies al fuego y se dispone a pasar el frío de la mejor manera posible.)

Es hora de encerrarse en casa en torno al calor de la cocina y la gloria. Sólo las fiestas de la Inmaculada y Navidad rompe la monotonía. El día de Navidad hay una cena especial con el gallo en la cazuela, unas “torrejas” y unas naranjas como postre extraordinario. A media noche se asiste a la Misa del Gallo.

La vida cotidiana de Valdeajos de la postguerra está muy marcada por la familia: Se trabaja en familia, se come en familia y se reza en familia.
La familia es la unidad de trabajo. En muchos trabajos participan todos sus miembros, en otros sólo los hombres o sólo las mujeres, pero siempre de forma complementaria.
El padre: Es el amo de casa. Él es quien dirige, planifica los trabajos y quien tiene la última palabra.
En casa es quien se ocupa de los animales. Casi todo el año se levanta antes del amanecer. Apiensa a los bueyes y los echa al agua. Limpia la cuadra y echa paja a las camas. Apiensa a las ovejas, atiende a los corderos y, cuando es la época, ordeña las ovejas con la ayuda de su mujer. En invierno por la mañana y por la tarde va unas horas al patatero y por la noche se acerca a la taberna.
En el campo trabaja de sol a sol haciendo los trabajos más duros. Él es quien trabaja con la pareja, o siega.
La madre: Se levanta muy pronto. Trae leña y enciende la cocina y la gloria. Cuece patatas para el cerdo y le echa de comer. Va preparando el desayuno para toda la familia. Friega los cacharros del desayuno. Hace las camas, barre y quita el polvo de las habitaciones. Pone el cocido y atiende a la lumbre. Va a la fuente por agua. Echa a comer a las gallinas. Compra aceite, bacalao ,,, al vendedor ambulante.
Es la hora de comida. Pone la mesa. Reparte la comida. Friega la “vasa” con el agua caliente del depósito de la cocina económica. Barre y friega el suelo de la cocina arrodillada.
En ratos libres teje un jersey o unos calcetines o remienda unos pantalones, mientras cuece un caldero de patatas para el cerdo. Los días buenos las mujeres se reúnen a coser o tejer al sol. Mientras charlan animadamente.
Cada semana llevará un valde de ropa blanca e irá al lavadero comunitario. Enjabonará la ropa, la aclarará, la dará añil y la tenderá al sol sobre la hierba de una era para que blanquee. En invierno el agua está muy fría, casi helada y le “turrarán” las uñas. Cada día lavará otras prendas.
Cada ocho o diez días le tocará cocer el pan. Día duro. También le tocará trabajar duro los días de matanza del cerdo y de las ovejas.
Muchos días del año irá al campo a echar las patatas tras el arado, a sallar los trigos, a dar vuelta la hierba, a hacer gavillas, amorenar, acarrear, trillar, beldar, barrer la era, recoger las patatas.
Hasta los hombres, cuando se ponen serios, reconocen que las mujeres de campo eran unas esclavas. Estos trabajos los tenían que compatibilizar en demasiadas ocasiones con sus múltiples embarazos.
Los hijos: Con ocho o diez años, ya comienzan a ayudar en el campo; ir delante de los novillos no enseñados, arrastrar, sulfatar, tender la parva ...
Con doce, muchos dejan la escuela y trabajan ayudando según sus fuerzas y experiencia.
A partir de los catorce ya hacen trabajos más fuertes como arar a brabán, cargar y descargar los carros.
Los mozos trabajan duro en el campo, pero al llegar a casa y los días de fiesta están libres. Pocas veces se harán cargo del ganado. En invierno trabajarán en el patatero y poco más. Algunos trabajarán para la PROPASI, como asalariados. Unas pesetas propias les vendrán muy bien para sus gastos extra y para poder gastar en la taberna.
Las hijas: Ya desde pequeñas se van iniciando a las labores de casa y cada día tomarán más responsabilidades, como traer agua, lavar, limpiar la casa y poner la comida. Les gusta ir por agua y a lavar porque les da ocasión de charlar con sus amigas.
También van al campo y hacen trabajos de menor fuerza. En el campo siempre van tapadas tratando de conservarse blancas y guapas para el domingo o las fiestas.

La economía de Valdeajos es una economía en gran medida de subsistencia y casi autosuficiente. El mercado tiene poca participación.
Los productos básicos, la carne, pan, patatas, leche, huevos se producen y consumen en casa y sólo una pequeña parte se vende en el mercado.
Es necesario recurrir al mercado únicamente para productos no perecederos como el aceite, vino, arroz, legumbres, vestidos y aperos de labranza. En invierno, a veces la carretera estaba cerrada quince días y la vida continuaba sin mayor problema.
La carne: Nunca faltaba. En invierno se cubría con la matanza del cerdo en noviembre y marzo, bien conservada en el frigorífico natural. También se comía algún cordero. En verano el “adra” garantizaba carne fresca. Para la fiesta de septiembre se mataba una oveja. En San Simón, feria de Ruerrero, se solía comprar un chivo para cecina.
Todos los años se vendían los corderos, las corderas se dejaban para criar, y también algún cerdo engordado en casa.
El pan: Se comía mucho pan, también pan sólo.
El trigo se vendía de estraperlo y al Servicio Nacional del Trigo. La venta de trigo cada año fue aumentando.
Las patatas: De una forma u otra, las patatas formaban parte de la dieta diaria: patatas cocidas, guisadas, fritas o en tortilla. Patatas en la comida y patatas en la cena. Patatas hasta el aburrimiento, pero había pocas alternativas para variar la dieta.
Las patatas de siembra eran el principal producto de venta.
La leche: En algunas casas había una vaca de leche. El queso de oveja estaba siempre presente durante todo el año, sobre todo en las comidas intermedias en la tierra: las “diez” y la merienda.
Una parte del queso se vendía en el mercado de Polientes.
Los huevos: Siempre eran muy “socorridos”. Había épocas en que las gallinas ponían más y otras menos.
A veces se vendían al pesquero.

Era necesario trabajar todos, casi todos los días y todas las horas del día para poco más que subsistir, sin permitirse demasiados caprichos.
El ahorro y la austeridad están siempre presentes. Es comprensible. No había seguros de cosechas, ni de enfermedad, ni de jubilación. “No lo malgastes, que nos ha costado mucho ganarlo”.
Los labradores, al hacerse mayores y sus fuerzas disminuían, iban acortando sus sementeras, pero se resistían hasta última hora a dejar de sembrar, a “quitar la pareja”. El futuro podía presentarse negro y duro con unas pocas fanegas de renta y cuatro duros ahorrados.
Había un encadenamiento continuo de trabajos estrechamente ligados al ciclo de la naturaleza.
En primavera: Con el renacer de la naturaleza comienza con la siembra de la cebada. Se continúa con la siembra de la patata, el sallado de los trigos, siega y recogida de la hierba, la cava y sulfato de la patata.
En verano: Mientras las patatas se desarrollan sin trabajo, comienza la cosecha de yeros, cebada y trigo. Época de intenso trabajo con sólo dos descansos, el día de Santiago y el día de Nuestra Señora de agosto.
En otoño: Mientras llegan las lluvias para la siembra del trigo se recogen las patatas.
En invierno: Descansa la naturaleza y un poco también el agricultor, pero no el ganadero. Es tiempo de pasar muchas y frías horas en el patatero. Es tiempo también de atender al ganado.

El trabajador en Valdeajos era agricultor-ganadero. Agricultura y ganadería se complementan mutuamente. El agricultor no podría serlo sin sus bueyes y el ganadero con un invierno tan largo y duro, no podría serlo sin la paja, los yeros y la cebada que le daba la agricultura.
Eran dos actividades complementarias y dependientes una de la otra. Si a esto le añadimos el cultivo de la patata, al agricultor-ganadero no le quedaba tiempo para el ocio.
Mientras los cereales crecían, se desarrollaban y maduraban sin intervención humana, el agricultor dedicaba su tiempo a la siembra y cava de la patata. Cuando la patata se desarrollaba sin cuidados, el agricultor dedicaba todas sus horas, hasta los domingos a la cosecha del cereal.
El otro intervalo de tiempo entre la cosecha y la siembra del cereal, septiembre, también el descanso era imposible por culpa de la recogida de la patata. Nuevamente la patata le impedía el descanso del largo invierno: “el dichoso patatero”.
La patata se convierte así en el elemento diferenciador de la economía y la vida cotidiana de Valdeajos. La patata se convierte en el producto más importante de venta y de ingresos familiares y al mismo tiempo en alimento básico y omnipresente en la dieta diaria.

Aunque parezca que Valdeajos es una isla sin conexiones exteriores por su economía de subsistencia y casi autosuficiente, no lo es. Necesita también un mercado: comprar y vender.
La venta la tiene más fácil. Los dos productos más importantes, el trigo y la patata tienen un mercado asegurado.
Toda venta de trigo ha de hacerse al Servicio Nacional del Trigo, la Comarcal. Gran parte de la producción de la patata también. Toda la producción de la patata de siembra la compra la PROPASI. La patata de consumo y la patata de “golpe” se vendía a compradores particulares que se acercaban a Valdeajos.
Otros compradores ocasionales visitaban Valdeajos en busca de cerdos, corderos, pieles ...
La compra era más compleja: los productos alimenticios, el pescado, el aceite, vino, legumbres, eran llevados al pueblo por vendedores ambulantes.
La compra de ganado se hacía en las muchas ferias de Polientes, Ruerrero, Soncillo, Sedano, Villadiego, Aguilar de Campó, Cervera o Reinosa.
Los textiles en mercados de Polientes, Villadiego, Aguilar o Burgos.
Polientes era el mercado más importante para toda la Lora. Las relaciones entre la Lora y el Valle Redible eran muy amigables e intensas, aunque fueran de provincias diferentes, había más relación que con el Tozo.
Los desplazamientos a estos mercados se hacían a lomos de Caballo o burro. Los días de mercado en Aguilar un camión hacía este trayecto. La Lora nunca estuvo comunicada por un autobús de línea.
En conclusión. La vida cotidiana de los pueblos de la Lora hasta los años sesenta fue muy similar a la vida cotidiana de 2.000 años antes.
El cultivo de los cereales con los mismos instrumentos: el arado romano, el trillo. La vida en tiempos de los romanos no sería muy diferente. Los mismos cultivos, los mismos instrumentos, los mismos medios de transporte. Únicamente la patata no era cultivada por los romanos.
A partir de los años sesenta comienza el cambio, a percibirse claramente en los setenta y acentuarse y acelerarse en los ochenta. Un cambio económico y social profundo.
Las primeras bases del cambio económico se pusieron antes. El primer producto de la revolución industrial, introducido en la Lora, fue el brabán. El brabán volteaba y oxigenaba mejor la tierra , al arar a más profundidad.
La máquina beldadora, que conseguía solventar el problema de la falta de viento para separar el trigo de la paja.
La máquina segadora o gavilladora, que facilitaba la siega y la recogida de la mies.
A partir de mediados de los sesenta, se van introduciendo poco a poco máquinas más avanzadas: el tractor, la trilladora y la cosechadora.
El tractor, sin duda, fue el gran motor del cambio. El tractor tenía una gran capacidad de trabajo. Provocó el aumento de hectáreas a cultivar por cada agricultor. Redujo significativamente el número de pequeños agricultores. Estimuló la toma en renta y no la compra-venta de fincas. Facilitó la tendencia al monocultivo del cereal. Presionó sobre la necesidad de concentración parcelaria. Anuló la dependencia de la ganadería y con ello facilitó su desaparición.
La trilladora jugó un escaso papel. Fue una muy corta transición del trillo romano a la cosechadora. Durante algunos años todavía se trilló con trillos romanos arrastrados, ahora, por el tractor.
La cosechadora jugó también un papel secundario en el cambio. El agricultor de Valdeajos no estuvo interesado en la compra sino en el alquiler por la cuantía de la inversión. La oferta de máquinas en alquiler es grande y por tanto asequible, ya que la Lora es la última oportunidad de trabajo en la siega del cereal por ser la más tardía, debido a su clima.
Después de cuarenta años, el cambio es patente:
· Ha desaparecido la rotación trienal.
· Se ha asentado una agricultura de monocultivo.
· Ha desaparecido prácticamente la ganadería.
· El agricultor es ya sólo y únicamente agricultor.
· Ha aumentado mucho la producción por hectárea gracias al empleo masivo de fertilizantes y a un mejor laboreo.
· Se ha hecho una primera concentración parcelaria.
· Han desaparecido muchos agricultores.
· La emigración a la ciudad fue la salida.
· Hoy son pocos, pero grandes productores agrícolas.
Paralelo al cambio económico se produce un importante cambio social.
Demográfico: La tasa de natalidad en la posguerra era muy alta. Las familias de más de cuatro hijos son las más frecuentes. Sólo un dato, en 1945 hubo en Valdeajos 7 nacimientos. Más que en los últimos cuarenta.
Emigración: En los años cincuenta se inicia, en los sesenta se acentúa, en los setenta se acelera y comienza a disminuir a partir de los ochenta por falta de efectivos. Primero hacia los grandes centros industriales, Bilbao, Barcelona, Madrid; luego con el Polo de Desarrollo, a Burgos. La “capital” ejerce una fuerte atracción y fascinación. Las chicas no quieren saber nada de aquel que insinúe quedarse en el pueblo.
Despoblamiento progresivo hasta llegar al límite próximo al total.
Los servicios desaparecen o van alejándose cada vez más.
El médico, desaparece de Valdeajos al inicio de los cincuenta. Permanece en Sargentes durante tres décadas. Hoy hay un equipo de guardia en Sedano y una visita semanal a los pueblos. Todo indica que finalmente se concentrarán en Burgos.
La escuela desaparece en Valdeajos hace treinta años. Poco más tarde desaparece de Sargentes. Primero la concentración escolar se aleja a Santibáñez y luego a Burgos. Hoy ya no hay escolares.
El único servicio cercano que permanece es el cura.
El mercado. Con la llegada del tractor pronto desaparecen las famosas ferias de ganado. Con la llegada de los automóviles, se favorece la movilidad y Burgos y Aguilar son los mercados más frecuentados. Todavía llegan los vendedores ambulantes, panadero, carnicero y pesquero. ¿Por cuánto tiempo?. ¿Es rentable recorrer 15/20 kilómetros para vender 4 barras de pan, 4 kilos de carne o pescado?. ¿No debería el gobierno subvencionar a estos vendedores?.
Todo conduce a un despoblamiento total y al olvido total de aquella vida cotidiana milenaria.
¿Cambio climático?. Es cierto que siempre hubo años de mucha nieve y otros no tanto, como años de lluvias y otros de sequía. Cambios en el clima ha habido: Algunos datos. Un documento del párroco D. Manuel Saiz Varona, dice “ El día siete de mayo de 1.902 empezó a nevar por la tarde. El ocho, día de Ascensión hubo que subir por senda a la iglesia. El nueve, no se pudo salir de casa. El diez continuó nevando, aunque con alguna calma. El domingo, once, se subió también por senda”. En 1.950, el 20 de abril hubo una importante nevada. En 1.952, dos jóvenes de San Andres estuvieron retenidos durante 17 días por la nieve en Valdeajos.


El inicio de este espectacular cambio los situamos en 1.965.
Hasta mil novecientos sesenta y cinco la vida cotidiana de Valdeajos y de cualquier pueblo castellano alejado de una ciudad era muy similar a la vida ordinaria de los hombres, mujeres y niños de cien, doscientos y hasta dos mil años atrás. Una vida de constante y duro trabajo, con instrumentos arcaicos, una movilidad reducida a veinte, treinta kilómetros. Una vida sacrificada, austera y ordenada por la religión.
A partir de 1965 se inicia un cambio constante en todos los órdenes de la vida, teniendo como base el cambio en la economía.
La fecha de 1.965 coincide con el hallazgo del petróleo. Coinciden en el tiempo, cambio y salida del petróleo. Sin embargo el petróleo poco tuvo que ver con este cambio. El petróleo jugó un papel totalmente secundario. Las gentes de Valdeajos continuaron con la vida de siempre, trabajando en lo de siempre, en la patata, el cereal y la ganadería, o emigrando. La “capital” seguía ejerciendo mayor atracción.
El petróleo no trajo puestos de trabajo ni mejores servicios. No trajo una mejor luz eléctrica ni asfaltó la carretera.

lunes, 16 de febrero de 2009

N O V I E M B R E

N O V I E M B R E







(Noviembre, mes de la matanza. Es el momento de sacrificar al cerdo cebado en el mes anterior. “A todo cerdo le llega su San Matín”)

Para el día de Todos los Santos los mozos compran una oveja. La matan y ponen a pública subasta la cabeza, el vientre con el sebo y la piel para sacar fondos para la cena. Harán una buena comida y cena. Durante toda la noche se turnarán cada media hora para tocar las campanas a difuntos.
Se va acentuando el frío y las heladas. Pueden caer las primeras nieves.
Es tiempo de matanza. Es todo un rito. A primeras horas de la fría mañana llega a casa el pastor y algunos vecinos. Los hombres esperan en el portal o en el corral de la vivienda a que la dueña de la casa saque el “Chino” del “cortín”, la “corte”, donde se crió
El “chon”, aunque lleva un día sin comer, no quiere salir. Ha adivinado lo que se le viene encima y sale de estampida. Los hombres lo agarran por donde pueden: unos de las orejas, otros de las patas, otro más del rabo y le acercan a una banca donde lo tumban de costado. Mientras le mantienen todo lo inmóvil que les es posible, el matarife procede a meter el largo cuchillo, dirigido al corazón del marrano. La sangre surge con fuerza y abundante sobre un “barreño”. La dueña va batiendo sin parar la sangre que se aprovechará para hacer posteriormente las suculentas morcillas.
Es la hora de la escuela. El padre dice, “chiguitos a la escuela”. ¡Qué dura es la vida!. ¿Para qué se habrá inventado la escuela?. ¡Cuánto cuesta dejar a los mayores con la matanza y enfrentarse al aburrimiento de la escuela.!
Muerto el puerco, se le asienta sobre un costado en la banca y se comienza a chamuscar con el fuego de pajas o brezos “berezos”. Una vez chamuscado se le raspa toda la piel con cuchillos planos hasta dejarlo como la piel de un niño. Ahora del otro costado. Mientras la vota de vino va pasando de mano en mano.
Terminado el raspado, se procede a abrirlo en canal. Se extraen las tripas, corazón y pulmones. El trabajo está hecho y los trabajadores se merecen recuperar fuerzas. La dueña ha preparado, en poco tiempo, unas sabrosas y picantes “zurrapas”. Es momento de alegría, de anécdotas y buen humor.
Para las mujeres no hay tiempo que perder. Les esperan las morcillas. A la mezcla previamente cocida de arroz y distintas especies se le agrega la sangre del cerdo. Esta jugosa mezcla es introducida en las tripas del cerco y cosida por los extremos. “La buena morcilla sosa y grasosa”. Tras rellenar las primeras, a los niños les encomiendan atizar la lumbre para cocer las morcillas. Cocido el primer caldero, viene la hora de probar con alegría las primeras “churreteras”.
El cadáver del cerdo permanecerá toda la noche al fresco. Al día siguiente, de mañana se comienza a “estazar” o trocear al animal, cortando por separado los perniles de tocino, los lomos, los solomillos, los jamones y la carne destinada a la elaboración de los chorizos.
El día de “estazar” se llevaba a los familiares, a vecinos más próximos, a la maestra y al cura “la ración”, que consistía en una morcilla, una chuleta, un trozo de tocino. Todo ello cubierto y adornado por un trozo de la tela de manteca. El encargado de llevar la ración es el niño que lo hace gustoso pensando en las “dos perras gordas” que recibirá del familiar.
A continuación se pica la carne en pequeños trozos. La carne picada se vierte en una “duerna”, donde se adoba, añadiendo el pimentón, la sal, pimienta, pimientos choriceros, etc y se dejaría reposar la mezcla unos tres o cuatro días.
Al cabo de ese tiempo se vuelven a reunir las mujeres de la casa y proceden a embutir toda la mezcla en el intestino delgado del cerdo y atar por los extremos, formando así los chorizos que luego serían colgados de unos palos colocados horizontalmente en una cocina de las llamadas de “chupón”, para que se fueran curando poco a poco con el humo y las heladas.
El jamón se introducía en un cajón, bien cubierto de sal y con una gran losa encima. Al cabo de un tiempo se sacaba del cajón, se le untaba bien de pimentón y se colgaba en un lugar donde corriera el aire fresco y seco.
Los lomos se freían y se conservaban en aceite en la orza. Por fin, otro día el ama de casa se dedica a freír la tela de manteca y las partes grasas. El aceite caliente se vertía en la vejiga del cerdo (la vejiga se había limpiado, se había inflado “implado” y dejado secar). Del cerdo se aprovechaba todo, hasta el “culo” se usaba para engrasar la botas de cuero, coyundas y sobeos.
Era obligatorio guardar la lengua del cerdo para analizarla en busca de la triquinosis cuando viniera el veterinario a cobrar la iguala. A buenas horas mangas verdes.

sábado, 14 de febrero de 2009

O C T U B R E

O C T U B R E












(Octubre, se representa como el mes del engorde del cerdo con las bellotas recogidas)

El trigo debía cumplir dos misiones fundamentales: Abastecer de pan a la familia y reproducir la siguiente cosecha.
Antes de convertirse en pan, el trigo debía hacerse harina. Debía ser triturado. Esto se hacía en los molinos del Zurdo y el de Rasgabragas, movidos por las aguas del río Rudrón. Molinos lejanos a doce kilómetros de Valdeajos y costosos por el gran desnivel entre el páramo y el valle del Rudrón.
Cada semana llegaba el molinero con una recua de pequeños burros cargados con una zaquilada. Abultaba más la talega que el burro. Parecía imposible que un burro tan pequeño pudiera subir con tanta carga durante doce kilómetros y volver a bajar con más carga. Si bravos eran los burros, más bravo era el molinero que tenía que cargar el solito la talega del burro y subirla a un segundo piso y coger otra de grano y volverla a cargarla sobre el burro. El molinero traía la harina y el salvado y generalmente volvía a llevarse otra de grano de trigo, cebada o yeros.
El destino de la harina era reponer el pan. Había que cocer el pan. En Valdeajos había dos horneras particulares. “La hornera” era un edificio modesto, ennegrecido por dentro y por fuera; en su interior, el horno propiamente dicho y un espacio para hacer la masa y manejar las palas.





Elemento imprescindible para hacer el pan era recoger la levadura; todas las vecinas reservaban la cantidad suficiente para la siguiente hornada. Hay que disolver la levadura en agua caliente hasta que no haya el mínimo grumo. El trabajo comenzaba en la artesa, una caja rectangular. En ella se echaba la harina de la talega y sobre la harina se vertía la disolución de levadura.




Ahora el ama de casa comenzaba a amasar con paciencia. Cubría la masa con un paño, llamado masera, para que guardara el calor. Durante dos horas la masa estaba obrando y “subía”, es decir, al fermentar la levadura, la masa se esponja y, de esta forma, el pan será esponjoso y blando. Cortaba la masa, formaba las hogazas y las colocaba sobre una mesa. También se hacían el “hornazo” (hogaza en la que se introducían chorizo, huevo...), las tortas con sus “jeregitos”, manteca y azúcar.
El horno debía calentarse con leña menuda, hilagas, berezos o espinos. Para atizar el fuego se usaba un palo muy largo que se llamaba “zurrasquero”. Una vez alcanzaba la temperatura interior deseada (cuando las losas del suelo del horno blanqueaban), las brasas se dejaban a la boca y se limpia el suelo del horno con un palo con trozos de tela mojada, la “trapera”.
Ahora sobre una pala de madera, apoyada en la boca del horno, se coloca la primera masa en forma de hogaza, se le dan unos cortes con un cuchillo y se deposita con mucho cuidado y afrontando el fuerte calor sobre las losas del horno.
Pasado el tiempo, que el ama de casa cree adecuado, con las mismas palas, se podían ya sacar las tortas en primer lugar. Luego, llegaba el turno a las hogazas y al hornazo.
Era la hora de recoger. Entonces llegaban los chavales para ayudar a la madre, ya demasiado cansada.
Muchas veces se aprovechaba el calor del horno para que otra vecina hiciera su hornada.
De esta manera habíamos cerrado, sin darnos plena cuenta de ello, el ciclo admirable que abriera el sembrador en el otoño. El trigo se había hecho pan, tras pasar por las manos del sembrador, del sallador, del acarreador, del trillador, del beldador, del molinero y de la amasadora. Ahora no veíamos el trigo, pero palpábamos su generosidad en las hogazas.
Pan que duraría unos quince días, primero tierno y esponjoso, luego duro y hasta “canecido.”. Habría que pedir turno para una nueva cocida.

En algunas tierras sembradas de patatas, ya las tollas están secas. Es hora de sacarlas. Nuevamente el arado romano facilitará el trabajo. El labrador, la mano derecha en la “macera” y en la izquierda la “rejada” dirige con pericia a la pareja. La reja del arado ayudada por las orejeras abre el surco y levanta las patatas. Ara diez o doce surcos y todos comienzan a recoger.


Para recoger las patatas, todas las fuerzas son pocas. Tanto hombres, como mujeres, mayores y pequeños. Se van llenando los cestos y el de más fuerza los llevará y los descargará a granel en el carro. Años después se emplearon los sacos.
Llenado el primer carro, la otra pareja llevará las patatas al pueblo. Las descargará a pie de puerta del “vano”, o almacén. Cogerá la comida y volverá nuevamente al tajo. Todos harán una parada, bien ganada, para comer.
En el pueblo, los niños al salir de la escuela a medio día, se dedican a meter las patatas al vano con sus cestos. A todos toca trabajar.
Por la tarde continua el trabajo. Se procura no abrir más surcos de los que se puedan coger este día. Al caer la tarde los dos carros están llenos. Los bueyes caminan más animados hacia casa. El traqueteo del camino rompe el silencio.
Al llegar, casi es de noche, pero todavía queda trabajo. Hay que descargar los carros, llenar nuevamente los cestos y vaciarlos en el montón del vano. Se hace pesado, se acumula el cansancio. La madre va a preparar la cena. Mientras el padre desunce, da agua y apiensa a los bueyes.
Para pasar el rato, algunos domingos los chavales se dedican a recoger las tollas, hacen una hogareta, echan al rescoldo de las brasas unas cuantas patatas cogidas a la rebusca y enseguida las degustarán sentados al calor de las brasas
Los días del veranillo de San Miguel son muy buenos para avanzar en la recogida de las patatas, pero en octubre hay muchos días con lluvia y frío. Entonces el trabajo se hace más penoso y más lento. Incluso hay años que las últimas hay que sacarlas a horca.

Si el ciclo del trigo fue largo: amelgar, sembrar a boleo, arar, echar mineral, sallar, segar a dalle, atar, amorenar, cargar, descargar, cortar los haces, tender la parva, dar cuatro vueltas de parva, camizar la parva, echar al montón, echar a la tolva, retirar paja y grano, llevar grano a casa, subirlo a la troje, traer la paja a casa, meterla al pajar.
También en el ciclo de la patata habría que moverlas mil veces: sacarlas con el arado, cogerlas, echarlas al cesto, llevar el cesto al carro, descargar el carro, cogerlas nuevamente, echarlas al cesto, llevar el cesto al montón, volver a llenar los cestos para escogerlas, vaciar los cestos, llenar los sacos, pesarlos, coserlos, apilar los sacos, y finalmente cargarlos en el camión.

Terminadas las patatas, comienza la siembra del trigo.
El labrador sabe muy bien que la cosecha venidera dependerá de la selección de la semilla. La tierra que producía el mejor grano, suministraba la simiente para la siembra futura. A veces, se intercambiaba con algún vecino, o se traía de la comarca.
El grano destinado a la siembra se limpia de malas semillas como la avena loca, del cornezuelo .. pasándolo por distintas cribas, se “abañaba”. Se le protegía contra gorgojos y enfermedades asperjándolo con piedra lipe diluida en agua. Llamaban piedra lipe al sulfato de cobre, que se vendía en forma de piedras azules.
Para la siembra del trigo, lo primero que se hace es amelgar la finca, este trabajo consiste en dar unos surcos con el arado, separados a una distancia de unos ocho metros. Estos pasillos son los que se cubren de una pasada en la siembra a voleo. A continuación se lanza el grano y si hubiera que echar mineral también lo hace a voleo. Se preparaba una especie de capazo con un costal viejo y, lleno de grano, se cruzaba al hombro. La mano izquierda mantenía abierta la boca y con la derecha se arrojaba el grano al andar. La técnica en el manejo de los dedos índice y pulgar determinaba el éxito de la sembradura.

El agricultor tenía que ser un sabio. Debía calcular la cantidad adecuada de grano para cada finca. La calidad de la tierra determinaba si había que sembrar ralo o espeso, Muchas plantas en mala tierra crecerían raquíticas y pocas plantas en tierra buena serían poco productivas. De ahí que entonces de no se hablara de número de hectáreas que se poseían sino de fanegas. La superficie de una fanega de tierra buena era más pequeña que una fanega de tierra mala.
Para conocer si el trabajo se había hecho bien a veces se arrojaba la boina al suelo sembrado; si debajo de ella se contaban entre ocho y doce granos, el sembrador era un cabal conocedor del oficio.
El arar de las parejas era lento. Los bueyes parecían comprender el alcance de su trabajo y mantenían la línea por la que, a voces, les llevaba el arador.
El trigo se siembra sobre las tierras que habían estado de patatas. Al estar la tierra ya movida al sacar las patatas, ahora “queda muy bueno”. El grano ayudado por la humedad, temporal, germinará pasados unos días, apareciendo la planta sobre la corteza de la tierra.
Al atardecer, las yuntas volvían al pueblo con el arado sobre el yugo, mientras la lanza arañaba el suelo. El labrador, cansado, pero satisfecho por el trabajo bien hecho. Con el mismo cuidado que por la mañana, pero a la inversa, se desuncía a los bueyes; entraban a la cuadra y se acercaban a su pesebre, siempre el mismo, esperando con avidez la criba de paja y varios puños de harina de yeros.

viernes, 13 de febrero de 2009

SEPTIEMBRE


S E P T I E M B R E





(Septiembre es el mes de la vendimia).

Al terminar de era, lo primero era ir a bañarse a los pilones de la Nava y dejar en el agua todo el polvo del verano. La sensación era de haber dejado todo el cansancio acumulado.
Uno de los problemas en verano siempre fue al agua. En Valdeajos siempre hubo poco agua. Al estar en una meseta sobre la Meseta Castellana es lógica su escasez. A Valdeajos no puede llegar más agua que la se acumula en la pequeña explanada de Carrileja.


La fuente, inaugurada en 1.951 por Alejandro Valcárcel, tiene cuatro caños. Sólo echan los cuatro caños durante el invierno, el deshielo y tras alguna tormenta. A partir de mayo ya sólo uno sale a caño lleno. A partir de mediados de junio el único caño comienza a perder fuerza. A partir de julio comienzan a acumularse erradas. Hay que esperar a la cola. La cola propicia el encuentro y la conversación pero también, a veces, la disputa. Siempre se hacía eterna.
En agosto se corta el agua por la noche para que el depósito acumule un poco de agua y a primera hora se puedan llenar las “calderetas”.
Entonces surge otro problema. Al cerrar el agua no hay sobrante y por tanto no se llenan los pilones. Algunas veces no hay agua para los bueyes y hay que llevarlos a dar agua a Fuente Madierno o a la Nava. Cuando se iba a segar o acarrear y se pasaba cerca de estos pilones se aprovechaba para dar agua y así ahorrar la del pueblo. Las ovejas nunca bebían en estos pilones del pueblo.
En septiembre el problema del agua era acuciante hasta que llegaban nuevamente las lluvias.
Días de descanso que los chavales aprovechaban para ir a coger avellanas a Corvera. No hay muchas. Hay que llegar hasta las más altas. El fardel poco a poco se va llevando. En los días siguientes se irán cascando en corrillos mientras se charla amigablemente.



Las mujeres aprovechan estos días para bajar al río Rudrón a lavar la ropa sucia acumulada durante todo el verano. A primera hora de la mañana cargan los caballos con valdes de ropa. No hay tiempo que perder. Hay que jabonar la ropa, aclarar, dar añil y tender la ropa sobre la hierba para que blanquee. Cae la tarde y quedan ocho kilómetros de camino.

En los siguientes días y, ya cercana la fiesta del pueblo, hacen una limpieza general de todos los utensilios de cocina.
El día 23, San Cristóbal, es la fiesta del pueblo. La víspera los mozos tienen trabajo. Unos van a cortar y traer los ramos, otros irán con sus caballos en busca de los músicos a Basconcillos. Cada caballo llevará atado a su cola otros. Será toda una Odisea colocar en los caballos los instrumentos y a los músicos.
El día 22, por la tarde, se asistía a “vísperas”, oficio religioso que consistía fundamentalmente en el rezo de una serie de salmos y oraciones recitados y cantados en latín. A la salida de la iglesia se lanzaban los primeros cohetes, coincidiendo con la llegada de los músicos.
Al amanecer del día de San Cristóbal los mozos enraman las casas. Colocan un ramo por cada chica, la altura de los ramos irá en relación con la edad de las chicas.
Más tarde comienzas las “dianas”. Los mozos y los músicos recorrían el pueblo. Delante de cada casa se tocaba una breve pieza musical y en voz alta se vitoreaba a los cabeza de familia. Se decía: “A la salud de fulano..., ¡Que viva! ¡que viva!. El ama de casa saca una bandeja con unas copas y botellas de licor y unas galletas. Todos brindan a su salud.


Terminada la misa, se sacaba la imagen de San Cristóbal en procesión por la explanada de Carrileja. Sonaba la música, los cohetes y la tela del estandarte batida por el viento. El mozo mayor estaba puesto a prueba por el viento. Al terminar la misa los hombres charlan sentados sobre las losas de la pared, las mujeres van bajando lentamente y con cuidado mientras comentan la fiesta y los chavales bajan corriendo.
También en casa la comida es especial. Hoy se come en el comedor y hay invitados, entre ellos un músico.
El pueblo se va animando. Llegan mozos y mazas a caballo o en bicicleta de los pueblos de alrededor. En las cantinas no se cabe.
Al caer la tarde los músicos ya están en el templete preparando sus instrumentos. Pronto comienzan a tocar piezas bailables. Las parejas se van animando. El baile se prolongará hasta la una o dos de la madrugada.
El segundo día de fiesta, de nuevo había un pasacalles y dianas especialmente dedicadas a las invitadas. Por la tarde, de nuevo música y bailes como el día anterior.
El que nunca faltaba en las fiestas era el confitero, que vendía confites, caramelos, almendras y aquellas cachabas de caramelo exageradamente grandes.
La manutención de los músicos durante los días de fiesta corría a cargo de los mozos.
Si habían llegado las primeras lluvias, se comenzaba a sembrar los hieros sobre las tierras que habían estado sembradas de trigo. Previamente se había quemado el rastrojo.
El día 29, San Miguel, era la fiesta de San Andrés. La juventud acudiría al baile los días. Llegarían tarde y el trabajo estaría acompañado de mucho sueño.


lunes, 9 de febrero de 2009

AGOSTO


A G O S TO




(Agosto se representa por la trilla del cereal).

Durante todo el verano, también los domingos eran laborables. Se podía segar, trillar y acarrear. La mies no podía esperar a que una tormenta arruinara el trabajo de todo un año. Los domingos, procuraban trabajar en las tierras más cercanas al pueblo, para que, cuando sonaran las campanas, les diera tiempo a llegar a misa. El cansancio se iba acumulando y los días festivos de Santiago y Nuestra señora eran bien aprovechados para dormir y descansar.
Las chicas también trabajaban en el campo y en la era, Pero siempre bien tapadas. Había que estar blancas y guapas, como los veraneantes, para las fiestas de septiembre. Se daban una maña especial con el pañuelo para dejar libres los ojos y la boca.
En verano, para poder disponer de carne fresca, se mataba el “adra”. Se reúnen cinco vecinos en un portal, charlan un rato sobre qué tipo de oveja matar. Después cada uno trae una oveja y van pasado sus manos por el lomo de las cinco ovejas para comprobar si todas están igualmente gordas. Si alguna desentona, se reemplaza por otra, hasta que se llega a una igualdad. Se echa a sorteo el orden para sacrificar la oveja. Se disponen cinco pajas de distinta largura y se van cogiendo del puño cerrado.
El sábado de cada semana se mata la oveja. La dueña recogerá la sangre batiéndola, en otro recipiente recogerá también el vientre. Más tarde se harán las morcillas. La carne en canal se dejará orear toda la noche. Por la mañana del domingo irán llegando las vecinas. Cada una se llevará un cuarto, delantero o trasero según corresponda, previamente pesado. A la semana siguiente correrá el turno. Recibiendo el mismo peso y el mismo cuarto que el dado. La carne se metía en una fresquera, que era un cajón cubierto por los cuatro costados por una tela metálica para que impidiera entrar las moscas y se colocaba en la parte más fresca de la casa. “Que no le cague la mosca”. Así se conservaba en buen estado durante unos cuatro o cinco días.

Ya en julio los yeros comenzaban a cambiar de color. A mediados se comenzaba a segar. Se comenzaba por las fincas adelantadas, más secas, de Páramo o Sudesa.
Los hieros se segaban a dalle. Si estaban tumbados la siega era más dificultosa y más lenta. Tras el segador, un chico o una mujer iba recogiendo el trecho y haciendo gavillas. Las gavillas se iban colocando longitudinalmente en varias filas, formando una “morena”. Por último se arrastraba recogiendo lo que no habían podido atrapar con la horca.
Al segar los hieros solían encontrarse nidos de codorniz o salir una pollada de pequeños “cogornigones”. Para los chiguitos era toda una ilusión. Se solía poner una gavilla junto al nido para, al anochecer, volver, echar una chaqueta y atrapar a la codorniz. No siempre había suerte. Era la hora de hacer una jaula con unas tablas, unas puntas y un trozo de malla, que no siempre era fácil encontrar.
Al terminar de segar los hieros, ya la cebada estaba seca y comenzaba su siega. Concluida ésta comenzaba la siega del trigo, que era más larga porque había más sembrado.
La cebada y el trigo se segaban a dalle. El dalle se deslizaba con fuerza de derecha izquierda llevando consigo las altas cañas para depositarlas en una hilera bien igualada. El trecho era recogido por una mujer haciendo haces bien igualados y atados con unas cañas de trigo a modo de cuerdas. El atar no era una labor fácil, o se rompían las cañas en las espigas o quedaba el flojo.
Los haces eran llevados a la morena, colocados unos sobre otros con las espigas hacia delante y sobre las espigas otros haces. De esta manera las espigas quedaban protegidas del pedrisco o del agua.
El repiquetear de las pizarras sobre la hoja del dalle rompía el silencio de la mañana y daba un pequeño descanso al segador y un cierto alivio a la recogedora de que no se le amontonara el trabajo.
Al caer la tarde con el dalle o el rastro al hombro se hacía el camino del vuelta al pueblo. El sonido de las colodras marcaba el ritmo cansino de los pasos.
La siega del trigo se hacía por la mañana. La tarde se dedicaba a trillar los hieros y acarrear para la trilla del día siguiente.
A primeros de los cincuenta, el herrero de Basconcillos comenzó a comercializar las primeras máquinas segadoras. A la máquina segadora se la vio como una novedad. Costó su introducción. Primero la compraron los más avancistas.. Cada año aparecían dos o tres nuevas. Finalmente todos se hicieron con ella. “Mi padre va comprar una segadora”. Decía un chaval, dando envidia a su amigo.
La máquina segadora se componía de un viga de tiro, unos engranajes, unos rastros y un tablero con una cuchilla en su frontal sobre dos ruedas de hierro. La rueda de la derecha era grande, la de la izquierda pequeña, sobre ésta iba el tablero. A la derecha, al costado de la rueda grande iba un asiento de hierro. Para segar había que echar un gato, quitar la rueda pequeña, bajar el tablero encajando en un mecanismo y colocar la rueda en el costado derecho del tablero.

La máquina estaba lista para segar, pero antes había de “desorillar”, es decir hay que segar a dalle un trecho para que la pareja de bueyes y la rueda grande no pisen el trigo plantado. El invento era invento, pero menor,
Ya está todo listo para la siega. Se da la orden a los bueyes. Con el movimiento, la cuchilla va cortando, las cañas cayendo sobre el tablero y los rastros en movimiento impiden que lo cortado caiga sobre el corte. Cuando el tablero se encuentra lleno, el chico del asiento pisa una palanca y uno de los cuatro rastro baja más y arrastra lo segado y lo deja en gavillas sobre la tierra.
Ahora el trabajo de amorenar es más fácil. Los haces prácticamente están hechos, y ya no se atan. Las morenas crecen rápidamente. Ya sólo queda arrastrar y respigar. La labor de respigar podía ser eterna, Siempre quedarían espigas. El respigar era trabajo de las mujeres que son más pacientes y más conocedoras de las necesidades y apuros de la casa. Era fácil una bronca: “tanto respigar , así no se sale de pobres”.
A mediados de julio comienza la trilla, primero de los hieros, después la cebada y finalmente el trigo.
El primer trabajo era el acarreo. El carro se preparaba para el acarreo con unas ampliaciones desmontables de madera, las “angarillas”, unas delante de la caña del carro a lo largo de la viga de tiro y otras tras la caña sobre la ravera. De esta manera se ampliaba al máximo su capacidad. Así permanecería todo el verano.

Llegado el carro a la tierra, se aproximaba a una morena y se comenzaba a cargar. Se necesitaban dos personas para cargar: una desde abajo iba dando con la horca las gavillas y otra desde el carro las cogía y colocaba adecuadamente, como en una construcción, los cimientos tenían que estar bien asentados para poder ganar altura con solidez. Terminada una morena se llevaba el carro a la próxima hasta que el carro tenía ya bastante altura. Se pasaba el rastro de arriba abajo y adelante a atrás para que no se fuera cayendo por el camino. Finalmente se echaba una larga soga cruzando de un lado a otro y de atrás a delante. El de arriba se bajaba del carro con la ayuda de la soga. Era el momento de tirar los dos de la soga para apretar más y que la mies quedara bien segura.
El carro se ponía en camino hacia la era. Siempre existía el miedo y el peligro de “entornar”, que el carro volcara y vuelta a empezar.

Llegado el carro a la era, se descarga procurando distribuir las gavillas a los largo del círculo de la parva. Por la mañana los pequeños de casa con sus horcas de madera “tenderán” la parva. Es decir, desharán las gavillas y las extenderán a lo largo y ancho de la era procurando que la mies quede ahuecada. El sol hará su trabajo secando la mies y preparándola para la trilla. A veces a media mañana se daba una vuelta la parva.
La trilla comienza a medio día y termina a media tarde. Es un trabajo pensado y cansino. De pronto una canción popular se oye rompiendo la monotonía.
La vacada ha llegado a medio día. Tras las horas de siega, en casa se come rápido. Se suelta un buey, el padre le coge por los cuernos y pone una melena protectora sobre la testuz, el chico pone un yugo de arar sobre la melena y el padre sujeta el yugo con una coyunda de cuero a la cabeza del buey. Se suelta el otro. Ya está uncida la primera pareja. Se unce la segunda. Al caballo se le pone una collera.

En la era, el trillo más grande y pesado se engancha con un “camizo” al barzon del yugo de la primera pareja. La introducción de una “labija” fijará el barzón al camizo y se podrá hacer tiro sobre el trillo. La segunda pareja llevaba el trillo mediano. El caballo arrastraba el más pequeño.
Las dos parejas caminaban en sentido contrario una de otra para que las piedras de trillo hagan más efecto. Sobre el trillo subía un niño, sentado sobre un cajón de madera y con una “aijada” para conducir o arrear a la pareja. La aijada era una larga vara de avellano rematada en una punta afilada. Al caballo se le animaba con una tralla. En la parte delantera del trillo había un orinal viejo o un cubo para recoger las boñigas de los bueyes. “Ya te los has dejado cagar”. Nos solían repetir.


En la era, el trillo más grande y pesado se engancha con un “camizo” al barzon del yugo de la primera pareja. La introducción de una “labija” fijará el barzón al camizo y se podrá hacer tiro sobre el trillo. La segunda pareja llevaba el trillo mediano. El caballo arrastraba el más pequeño.
Las dos parejas caminaban en sentido contrario una de otra para que las piedras de trillo hagan más efecto. Sobre el trillo subía un niño, sentado sobre un cajón de madera y con una “aijada” para conducir o arrear a la pareja. La aijada era una larga vara de avellano rematada en una punta afilada. Al caballo se le animaba con una tralla. En la parte delantera del trillo había un orinal viejo o un cubo para recoger las boñigas de los bueyes. “Ya te los has dejado cagar”. Nos solían repetir.


Mientras los mayores se echan una cabezada a la sombra del carro.
La siesta dura poco. Pasada media hora, la mies está muy apelmazada. Los hombres dan vuelta la parva con una horca de madera. Más tarde llegó el revuelveparvas mecánico que se colocaba tras de un trillo.
También se da vuelta a los bueyes. El buey que trillaba por fuera ahora lo hace por dentro. El que trilla por fuera trabaja más, se cansa más. Hay bueyes muy listos que se niegan a trillar por fuera.
La trilla se hace muy pesada y aburrida. La monotonía se rompía con una canción a toda voz o con cualquier excusa como ir a la fuente y traer agua fresca. La botija entonces era asediada por todos.
Pasada otra media hora se da otra vuelta también con la horca. La paja se va rompiendo y acortando. Ahora la tercera vuelta de la parva se da con una pala de madera. A esta vuelta también solía ponerse bozales a los bueyes para que no comieran más. Los hieros, si hace sol, se trillan bien y la parva se hace pronto.


Es hora de encamizar. Los bueyes se enganchan a la camizadera y sentados los trilladores sobre ella van amontonando la parva. Un mozo con su horca va haciendo el montón. Cada día el montón va creciendo y cada día se necesitan brazos más fuertes para echar al montón.
Terminada la trilla hay que acarrear para la parva de mañana. Se desunce los bueyes del yugo de arar y se van unciendo al yugo, ya previamente ensobeado al carro. Se echan al carro una horca larga de hierro, un rastro, una soga y el capazo con la merienda. Cuando el carro está en dirección a la tierra se saca la hogaza de pan, unas sardinas en aceite, un trozo de queso, una cebolla, un tomate y la bota de vino. Entre traqueteos entra bien la comida.
La trilla de hieros dura ocho o diez días. El último día al terminar la parva. Se recoge y se echa al montón, ya muy crecido. Se merienda e inmediatamente se comienza a barrer la parva con unos largos escobones. Mientras los mayores barren, los chiguitos con el rastro lo acercan al montón. Al anochecer la era está barrida. El mozo echa lo barrido al montón. Esta última capa, que tiene mucho tamo, impermeabiliza y conservará seco el grano.

Una cosa es trillar hieros y otra cosa es trillar trigo. Una cosa es trillar con sol y otra cosa es trillar un día nublado. En Valdeajos también en agosto hay días malos. Entonces los trillos comienzan a arrollar. Hay que levantarse, pisar en la parte delantera curva. No hay nada que hacer, hay que dejarlo para otro día. Hoy no se hará la parva.
Muchas tardes sale cierzo, los bueyes levantan sus morros, olfatean el salitre de mar arrastrado por el Norte, la mies se humedece y la trilla se retrasa. Se hace correr al caballo para poder terminar antes de que toque el vaquero.
La trilla de hieros dura aproximadamente ocho días, la de la cebada seis o siete y la del trigo de quince a veinte días. Cuando un vecino terminaba de trillar solía ceder una pareja a quien todavía no había terminado.
La trilla fue especialmente difícil un año de los sesenta. Agosto fue muy lluvioso y no había manera de trillar. La mies estaba húmeda y en las morenas el trigo llegó a nacerse. En las eras no se podía trillar por la humedad y se tuvo que trillar en Carrileja. Ese año no se terminó de trillar hasta octubre.
Cuando se ha terminado de segar el trigo y de trillar los hieros se puede comenzar a beldar.
Hasta mediados de los cuarenta se beldaba a bieldo. Para esta labor era absolutamente necesario el viento. Un viento fuerte, constante y en la misma dirección. Con el bieldo se cogía la mies y se tiraba a lo alto. El viento se llevaba la paja y los hieros se quedaban cerca. Se echaba la paja a un montón y el grano a otro. Posteriormente venía el cribado. Con una criba en constante movimiento se separaba el grano limpio de las granzas (gerugas no abiertas o trozos gruesos de paja).


Pronto llegó la máquina beldadora, primero la manual, (años cincuenta) y mas tarde la de motor (años sesenta).
La máquina beldadora manual era una plataforma de hierro y madera compuesta de un gran ventilador, una tolva y unas cribas. La manivela ponía en movimiento las aspas del ventilador y las cribas.

Para beldar a máquina era necesarias a menos tres personas. Una para mover sin parar la manivela, otra para abastecer a la tolva y una tercera debía retirar la paja, el grano y las granzas.
Solía dar la manivela la persona más fuerte de casa, se necesitaba resistencia. Tampoco era poco trabajo abastecer la tolva, había que llenar la bielda en el montón de la mies trillada y levantarla hasta la tolva. El trabajo de retirar la paja, el grano y las granzas era más ligero, lo solían hacer los chicos. El tamo se metía por todas partes y era muy molesto.
Terminada la bielda comienza la criba del grano. Se cambian las cribas. Ahora se colocan dos cribas más cerradas. La más abierta arriba y la más cerrada abajo. Se van llenando eradas de grano y se echan sobre la tolva. Ahora sale mucho grano limpio, algunas granzas y muy poca paja. Es un trabajo duro y molesto por el ataque de los cocos que han llegado como por encanto. Terminada la criba se van llenando sacos de grano con la media fanega. Se ata la boca con una cuerda y ya están listos para ser transportados en el carro a la troje. Si ésta se encuentra el piso superior hay que subir las escaleras con el saco a cuestas. Hoy se cogerá la cama con ganas.

Todavía queda el trabajo más molesto: meter la paja. Hay que preparar el carro. Se quitan las angarillas y en su lugar se acoplan unos altos “estelos” unidos con tablas en cada costado del carro, “los zarzos”. Adelante y atrás se colocan dos largas mantas de saco sostenidas por un palo horizontal apoyado en los tableros.
El carro se acerca al montón de paja. La manta de atrás se recoge en lo alto. Comienzan dos trabajadores a cargar sus bieldas de paja y a echarlas al carro hasta que la paja comienza a caerse. Entonces se echa la manta de atrás y ahora hay que levantar la bielda a gran altura para que la paja caiga dentro. En el carro pisando la paja se encuentra un pobre chiguito, cubierta su cabeza con un saco en forma de capucha. Muchas bieldadas caerán sobre él. Hay que aguantar. ¡Qué remedio!. El carro va ganando altura. Ahora es el vértigo y el miedo a caerse. Al menos el camino a casa será cómodo y novedoso a esa altura.
Se coloca el carro en el “bocarón” del pajar. Comienza la descarga con una horca de hierro. Dentro trabajan dos o tres personas más. Su labor no es nada envidiable. Hay que correr la paja hasta el fondo, colocarla y pisarla y todo con un polvo insoportable en un recinto cerrado. ¡Una ducha por favor!. Ensoñación. No hay agua corriente y muy poca de la no corriente, como comentaremos más adelante.
El ganado era el principal beneficiario de la paja. Se mezclaba con la harina de yeros o de cebada. Las camas del ganado consumían una gran cantidad de paja que, al mezclarse con las deyecciones de los animales, se convertía en abono útil para reponer las energías de las tierra. También servía para abastecer la “gloria”.
Para rematar se solía trillar las granzas. Con ello se “terminaba de era”.

JULIO


J U L I O







(Julio se representa por un campesino que siega el trigo).

El día 2 de Julio era la fiesta de Santa Isabel. Si las fiestas se conocen por sus vísperas, ésta era importante. Entre los niños, quince días antes, no se hablaba de otra cosa. ¿Vas a Santa Isabel?. ¿Te dejan ir a Santa Isabel?.


El día dos, a primera hora, se salía de Valdeajos a caballo hacia la ermita de la Virgen de la Vega. El camino era largo. A la llegada, a los niños les impactaba el bullicio, los puestos de los confiteros. de cerezas y de fotógrafos. El desarrollo del día era el mismo que el de San Juan de Ortega: misa, comida y baile, pero todo con mucha más gente.


El juego de bolos era una de las distracciones preferidas por los pueblos. Había dos juegos de bolos: el de los chavales y el de los mayores.
El de los chavales estaba en el Hoyo, encima de la Pozona . Era más corto y chiquito. También las bolos y las bolas eran más pequeñas. Detrás del juego había una caseta, donde los chavales pasaban muchos ratos. Fue curioso el sucedido en este juego de bolos. Llegaba un andaluz de los pinos y al entrar en el juego de bolos de los chavales vio correr una bola, le dio una fuerte patada como si fuera un balón. Se retorció de un dolor insoportable y estuvo lesionado una larga temporada.


El de los mayores estaba a la salida del pueblo, hacia la vega, donde hoy está la casa rectoral y el bar. Había mucha afición. Los mozos jugaban casi todos los días. Los casados, los domingos después de la misa por la mañana y después del rosario por la tarde. Se echaban partidas y desafíos. Había partidas de uno contra uno, de dos contra dos e incluso más amplias.
Antes de la partida se fijaban las reglas: cuántos tantos valía una “viga”, cuántos un “salte”, cuántos un “al vuelo” y cuánto los “tres a vuelo”. Cada equipo ponía las condiciones más favorables a sus habilidades. Se tiraba una perra al aire para conocer quién comenzaba tirando.


El tirador introducía la mano en bola de madera de nogal, la removía una y otra vez en el agua, la levantaba por encima del hombro, emprendía una carrera de tres o cuatro paso, fijaba su pie en el tope y lanzaba la bola con toda su fuerza acumulada y toda su concentración sobre el tablón y se oía triscar los bolos en el aire.
Cada tirada se iban contando y sumando en voz alta los tantos. El que perdía pagaba en la cantina.
En algunas ocasiones y el día de la fiesta del pueblo había partidas de desafío con otros pueblos.
El juegabolos de abajo más tarde se trasladó a detrás de la iglesia, en la cañada de subida del ganado hacia Carrileja.

En Valdeajos no había cura en los años cuarenta porque no había una casa rectoral. El arzobispado acordó que si el pueblo construía una casa, mandaría un sacerdote para asistir a Valdeajos y San Andrés. El pueblo aceptó y el arzobispo envió un joven sacerdote, Don Faustino. El recibimiento fue apoteósico. A la entrada del pueblo se hizo un arco de flores y las mozas salieron al crucero para recibirlo y le acompañaron con cánticos a entrar en el pueblo por el arco de triunfo.
Mientras se construía su nueva casa, se alojó e una casa vieja. En invierno, durante una de las mayores nevadas, se vio obligado a salir por la ventana del segundo piso al encontrarse la puerta de abajo totalmente bloqueada por la nieve.
Don Faustino, era un joven sacerdote, recién salido del seminario, pero, a pesar de su juventud, era austero y el prototipo de sacerdote de la posguerra. Todos los sacerdotes, que llegaron después, eran jóvenes, recién salidos del seminario. Don Santos, Don Antolín, Don José Luis y Don Pablo pasaron por Valdeajos.
A comienzos de los cincuenta el señor Gerardo comenzó a construir la casa sobre el antiguo “juegodebolos”. En los años sesenta se construyó un salón de catequesis, adjunto a la casa rectoral. Pronto este salón se convirtió en un teleclub, acogiéndose a la política del ministro de Información y Turismo de Don Manuel Fraga e Iribarne. Durante algunos años el teleclub estuvo muy animado. La fuerza de la televisión, entonces y hoy, era enorme. Poco a poco se quedó sin televidentes por múltiples motivos. Más tarde, después de algún litigio, se convirtió en el bar del pueblo.
En los años cincuenta, años de paro y pobreza, el gobierno, para aliviar un poco el paro andaluz, manda una cuadrilla de unos 50 parados andaluces a Valdeajos para plantar pinos en el páramo.
Fueron alojados en dos casas viejas sin las mínimas condiciones de habitabilidad. Las comidas las hacían en grandes calderos, como el rancho de los cuarteles.
Cada mañana iban al páramo a hacer hoyos. No era fácil hacer un hoyo en esta tierra con tanta piedra con un azada y una pala. Sin embargo muchos, ya a media mañana habían hecho los 50 hoyos reglamentarios y se venían para casa. ¿Por qué sólo 50 hoyos si terminaban tan pronto?. Porque de lo contrario se acabaría muy pronto el trabajo y aumentaría el paro. El gobierno trataba de cumplir el expediente.
La campaña duró dos años. Alguno se ajustó como criado en el pueblo. A pesar de las míseras condiciones de su estancia, llevaron alegría y juventud al pueblo. Nunca causaron problemas. También llegaron dos o tres chavales para llevar agua a los trabajadores, que se mezclaron inmediatamente con los chicos de Valdeajos, que pronto cogieron el deje andaluz.
La economía de Valdeajos era una economía de subsistencia, pero había una serie de necesidades que debían ser satisfechas con productos del mercado. Así llegaban al pueblo una serie de vendedores sin día y ni hora señalados.
El “fresquero” o “pesquero”: Cuando se divisaba su furgoneta por el Cerezo o por el Crucero se provocaba una carrera entre los chavales por quién llegaba antes a la fuente donde paraba el pesquero en busca de una propina. Los dos primeros en llegar recibían la lista de pescados que traía. Los dos chavales contentos y alborozados pregonaban la mercancía por todo el pueblo. Iban llegando las mujeres. Compraban un kilo de chicharros o de sardinas. La comida o la cena de hoy o de mañana iba a ser un poco diferente.
Basiliso venía con su camión de Covanera. Traía licores: pellejos de vino y gaseosas. Era muy simpático y un extraordinario vendedor. Casi nunca quería cobrar en el acto, se hacía el remolón para cobrar. “Ya me pagarás”. Pero siempre terminaba cobrando, al final del año. Tenía muy buena memoria. También abastecía a las cantinas. Las gaseosas las fabricaba él mismo con el extraordinario agua del Pozo Azul de Covanera.
“El de Elías” venía de Tablada del Rudrón. Traía un burro cargado de distintos productos, legumbres, arroz, azúcar, chocolate, aceite, pimentón. Era muy amable, paciente y servicial. El surtido de una pequeña tienda.
“El de Bellota” venía de Bellota, del Valle Redible. Era alto y con el rostro muy quemado por el viento y el sol. Muy paciente y acostumbrado a tratar con las mujeres. Traía un macho cargado hasta los topes. El aceite lo traía en un pellejo, lo vertía en una vasija metálica de un litro y con un embudo lo echaba en la botella de la compradora.
Sin fecha fija de mes o día llegaban una serie de profesionales o personajes:
El herrero: Ponía las herraduras a los caballos y los “callos” en la pezuña de las patas delanteras de los bueyes. Lo hacía en el “potro”, que era un tinglado de madera donde se sujetaba al animal para que se mantuviera inmóvil mientras el herrador trabajaba.
Los trilleros: Llegaban de la provincia de Segovia con sus carros repletos de cestos y trillos. Eran unos consumados especialistas en reponer las piedras de sílex de los trillos. Tenía su especial musicalidad el repiqueteo de sus martillos golpeando aquellas cortantes lascas, que se oía por todo el pueblo.
El afilador: Llegaba este personaje a afilar los cuchillos, tijeras, hachas y demás herramientas. Eran gallegos. Con guardapolvos o blusa azul, su paraguas y un carro de mano con una rueda muy grande, una piedra de esmeril, una polea que accionaba con el pie y un cajoncito con agua para enfriar discretamente las herramientas porque se calentaban mucho al afilarlas.
Los componedores: Llegaban con sus mujeres y sus niños, Se cobijaban bajo teja en el potro. Componían toda clase de calderos, cazuelas, pucheros y recipientes de hierro, aluminio. A unos ponían todo el fondo, tapaban algún agujero o ponían remaches, grapas o asas a otros. No era fácil distinguir entre componedores y gitanos, aunque éstos generalmente se dedican al comercio de caballos y burros.
El capador: Aparecía este especialista en capar a los animales con su maletín, en el que guardaba una variedad de bisturís y algún otro material quirúrgico. Generalmente capaba cerdos, corderos y, a veces, algún caballo.
El pellejero-lanero: Llegaba montado a caballo y con unas alforjas sobre la albarda del equino. Ante cada casa del pueblo se paraba y hacía siempre la misma pregunta: ¿Hay pieles o lana?. Si alguien contestaba afirmativamente, se sacaban las pieles y se entablaba el obligado regateo entre el dueño y el pellejero por el precio, hasta que llegaban a ponerse de acuerdo las dos partes. En casi todas las viviendas había alguna piel de las reses que se mataban para el consumo de la familia y también lana, que se había guardado desde que se había esquilado las ovejas.
El quincallero: Primero traía a sus espaldas un “cuévano”, que era un gran cesto alargado, amoldado a su espalda, que estaba tejido con estrechas láminas de madera. Más tarde aparecía ya montado en bicicleta. Traía unos cajoncitos repletos de botones, agujas, hilos, puntillas, cintas, cordones...
El pobre: Con cierta frecuencia llegaba al pueblo algún pobre a pedir limosna. Después de terminar de pedir por todas las casas, preguntaba luego al alcalde a qué casa le tocaba ir. En este pueblo, como en la mayoría, cada vez que llegaba un pobre tenía destinada una casa a donde ir a alojarse. Una por una todas las casas, se iban turnando para realizar esta obra de caridad. Al pobre se le daba de cenar y alojamiento. A la mañana siguiente el pobre salía del pueblo en dirección a otro pueblo.

domingo, 8 de febrero de 2009

JUNIO

JUNIO











(Junio representado por un campesino que siega con dalle o una hoz hierba).

El día 2 era el día de San Juan de Ortega, día de fiesta comarcal. A primera hora, las gentes de todo el ayuntamiento se dirigen a la ermita de la Virgen de Brañosera.
Al entrar en el campo frente a la ermita flotaba un espíritu de fiesta. Saludos entre aquellos que llevaban tiempo sin verse. Suenan alegres los campanillos de la ermita.
Salen los sacerdotes y comienza la misa solemne a ritmo de gaiteros y músicos. Un largo y vibrante sermón del sacerdote invitado. El silencio de la consagración queda roto con las notas del himno nacional. Con el ite misa est, se inicia la procesión. En primer término, el estandarte llevado por el mozo mayor de San Andrés. Siguen los hombres con la boina en la mano. En el centro la Virgen románica de Brañosera, llevada por cuatro mozos también de San Andrés, con los sacerdotes y monaguillos. Rematan la procesión las mujeres, entonando distintos cantos dedicados a la virgen. La ceremonia religiosa se finaliza con el cántico solemne de la Salve a dos coros, uno los sacerdotes y otro, el pueblo.
Aunque la fiesta de San Juan de Ortega es comarcal, la ermita de Brañosera está en el término de San Andrés. De ahí que los mozos de San Andrés sean los que llevan el estandarte y los que llevan la Virgen. Para ellos es un honor.
Terminada la misa comienza la fiesta.
Los niños echan miradas golositas sobre caramelos y chicles. Gastan rápidamente los ahorros que han ganado buscando corderos o haciendo recados. Había dos o tres confiteros que vendían todo tipo de dulces. Hacían también rifas de dulces de más valor, como cachavas de caramelo, vendiendo boletos de cartas. También jugaban al bote, echando los dados, mozos y casados. Mientras los mayores charlaban en corros con familiares de otros pueblos.
Al medio día, las familias se disponían a comer sobre la hierba. Era una comida especial y muy animada por la bota y los invitados. Los niños compraban una gaseosa a Basiliso.
Por la tarde comenzaba la música. Poco a poco, los más atrevidos o más divertidos, iban saliendo a bailar e iba creciendo la animación y la diversión. Pronto comenzaba el goteo de los que se iban para sus casas. Primero los matrimonios, luego los chiguitos y finalmente los mozos acompañaban a las mozas.
Pocos días más tarde se anunciaba la fecha de la siega de la pradera de abajo, San Juan y Nonadilla para que todos comenzaran a segar el mismo día y así no se pisaran unos a otros. Este anuncio se hacía también a los pueblos de alrededor, pues había propietarios de prados de Sargentes, Ayoluengo y San Andrés. En estos pueblos había muy pocos prados. A la semana siguiente comenzaría la siega de la pradera de la Nava.




El ir y venir de gente con dalles y rastros, hombres y mujeres, mozos y mozas, chiguitos y chiguitas de los pueblos de la Lora, el buen tiempo, creaba un espíritu de semifiesta.
El segar la hierba a dalle era un trabajo muy duro y cansado. Había que tener fuerza y maña para ser un buen segador. A cada trecho se necesitaba un pequeño respiro. Al dar pizarra al dalle se mataban dos pájaros de un tiro. Se recuperaban fuerzas y ahora el dalle corría más suelto.
El silencio del campo se rompía con el ritmo de las pizarras sobre el dalle y el martillo sobre el yunque picando el dalle. Tras el segador iba un niño o una mujer esparciendo cada trecho.



El día siguiente era un día alegre y casi de fiesta. Había que dar vuelta la hierba para que se secara mejor. Era un trabajo muy llevadero. Daba motivo al encuentro de gente joven de todos los pueblos.
Al día siguiente se acarreaba. La caja del carro se alargaba y se daba mayor altura con empalmes de madera, las angarillas, para poder aumentar su capacidad. Como los prados eran pequeños, muchas veces, para completar la carga se recorrían varios prados. El trabajo más molesto era el del pajar por el picante polvo que desprendía la hierba seca. Al terminar el día ¡cuánto se hubiera agradecido una buena ducha!. Sueño imposible, sin agua corriente en casa. Los chavales solían ir a bañarse a los pilones de la Nava, aunque no era muy bien visto por los mayores.
En la segunda quincena del mes de junio se procedía a una de las labores más costosas, sudorosas y desagradables del oficio de labrador-ganadero: el "Esquileo". El esquileo tenía una doble finalidad: higiénica, para evitar que el exceso de lana sofocara a las ovejas, y económica para el consumo propio y venta en el mercado.
El "Esquileo" bien hecho es un verdadero arte, en el manejo de las tijeras que son llevadas con destreza y habilidad mientras van avanzando por el cuerpo de las ovejas al cortar la lana y produciendo una especie de música metálica, acompasada con el movimiento de las manos del esquilador: unas veces sujetando la cabeza del animal entre las piernas, otras retirando con su mano izquierda la lana cortada mientras corta con la derecha, cuidando mucho que se quede unida.
Eran sus propietarios quienes realizaban este trabajo. Se encerraban las ovejas en la “tinada”. Cada esquilador cogía una oveja, la tumbaba en el suelo y trababa sus cuatro patas para que no se moviera, atándolas con una cuerda.
Se esquilaba siempre con tijeras de muelle debidamente afiladas y se guardaban una vez acabada la faena impregnadas de aceite para que no se oxidaran; podía colocarse un alambre en la punta para que permanecieran cerradas hasta el año siguiente.



Este era un trabajo que no dominaban bien los labradores y eran frecuentes los cortes de piel que trataban de curar con un poco de “cernada”, ceniza.
Aunque se esquila en junio, el clima de Valdeajos es muy traicionero. Un año llegó una tormenta con un frío cierzo y encontró a las ovejas desprotegidas, sin su abrigo. El pastor trató de resguardarlas en Bocacorvera, pero se aterecieron cuarenta o cincuenta ovejas.
El día de San Juan era día de enramar. La víspera los mozos cogían un carro e iban a monte a cortar pequeñas roblatas. Por la noche dejaban un ramo en las casas que había mozas, al mismo tiempo que cantaban: “enramadita te dejo con un ramito de olivo y a la mañana dirás que te ha enramado ....” Todo un detalle de buen gusto y buenas costumbres.

JUNIO EL PETRÓLEO, 6 DE JUNIO 1.964

EL PETRÓLEO
6 DE JUNIO 1.964








HALLAZGO DEL ORO NEGRO

A las 12.15 horas del sábado 6 de junio de 1964, unos 6.000 litros de petróleo salieron de las entrañas de la tierra en Valdeajos. Era la primera vez que el oro negro aparecía en España y la noticia se recibió con alborozo en todo el país. Hubo excusiones masivas, proyectos económicos que iban desde una refinería hasta infraestructura hotelera, triunfalistas declaraciones de la clase política de la época.
En pocos días pasaron por Valdeajos todas las autoridades provinciales, desde el arzobispo, Segundo García de Sierra, hasta el gobernador civil, Eladio Perlado. No faltó ni siquiera el ministro Jorge Vigón, que ocupaba la certera de Obras Públicas.
Todas las declaraciones fueron tan triunfalistas que la fiebre del oro negro se desató entre expertos y profanos. Así. CAMPSA, que tenía el 50% de participación en el sondeo, suspendió su cotización en bolsa el lunes 8, y cuando volvió al parqué el jueves 11, sus acciones subieron en 10 minutos 40 enteros en Madrid.



Hubo polémica sobre las expropiaciones. “Estuvimos en negociaciones con gente de la empresa y de la Delegación de Industria”. Recuerda Aurelio Arce, entonces jefe de la Hermandad de Agricultores y Ganaderos de Sargentes. “Nosotros queríamos que se nos pagara siquiera a siete pesetas el metro, y ellos que a cuatro, que no podían pagar más. Y a ese precio nos pagaron”. Eladio Perlado, gobernador civil entonces, recuerda también la polémica de la expropiación. “La gente de la Lora creyó que tenía allí un Eldorado y quisieron obtener buenos precios. Quizá estaban manejados por alguien o quizá alguien envenenó la negociación. Yo hice de hombre bueno: hablé con el ministro de Industria, Gregorio López Bravo, y le dije que la gente se sentía defraudada. Al final se les trató generosamente”.
El Ayuntamiento hizo numerosas gestiones, todas ellas sin éxito, para conseguir que la empresa explotadora del petróleo pagara a los pueblos algún tipo de canon o de impuesto. “Mientras no cambie la ley de Minas, no hay forma de cobrar nada. El subsuelo es del Estado. Pagan únicamente el suelo, que no compran, ya que es una cesión para 50 años. Y los impuestos industrial y de radicación los pagan, al parecer, en Madrid, donde está la sede de las empresas”. Manifestaba Fermín Santidrián, secretario del Ayuntamiento de Sargentes.


La explotación industrial del campo de la Lora comenzó en 1967, fecha en la que entra en funcionamiento una estación receptora de 11.000 barriles de capacidad, que recibe el crudo de los diferentes pozos, y un oleoducto de 10 pulgadas de diámetro y 11 kilómetros de longitud, que saca el petróleo a la estación terminal de Quintanilla Escalada, en la carretera de Burgos a Santander, desde donde camiones de CAMPSA lo llevan a distintas empresas de Valladolid, Burgos, Miranda de Ebro y Bilbao, donde se usa como combustible.
Cuando se halló el petróleo, la concesión de la Lora pertenecía a CAMPSA en un 50% y a Amospain, consorcio formado a partes iguales por Chevron y Texspain, el restante 50%.
Según Hilrey J. Watson, jefe de explotación de Chevron, el petróleo de la Lora no se puede refinar porque tiene un alto porcentaje de arsénico, que, unido a la relativamente pequeña de cantidad de producción, haría muy gravoso el proceso. Desde 1964 se obtenido de este campo unos 12.400.000 barriles de crudo. “La máxima producción, manifiesta Watson, se alcanzó en 1.969, con unos 4.000 barriles diarios. Después se produjo una caída constante hasta llegar a los 800 barriles”. La producción salía de 48 pozos que había abiertos en los términos de Sargentes, Ayoluengo, Valdeajos y San Andrés de Montearado.
Cualquier viajero que cruce el páramo de Masa hacia Santander durante la noche verá hacia el Noroeste el resplandor lejano de un fuego. Es el gas de la Lora. Desde hace 20 años, se queman diariamente un millón de pies cúbicos de gas. Se utilizó posteriormente como energía para caballetes y bombas y la producción de energía eléctrica en una minicentral termoeléctrica.
“No fue una desgracia que apareciera aquí el petróleo, pero tampoco nos hemos beneficiado en grandes cosas” Comenta Aurelio Arce.
Sargentes tenía cuando apareció el petróleo 1.964, 287 habitantes; Valdeajos, 135; Ayoluengo, 43. Trabajan aquí 250 personas en los sondeos o en el tendido del oleoducto. Desde entonces la población no ha hecho más que disminuir hasta llegar casi al despoblamiento. Los habitantes nunca dejaron de trabajar en lo de siempre: la patata y los cereales.




HISTORIA DE UNA DECEPCIÓN

Iba a ser un yacimiento millonario, con un espectacular oleoducto de Burgos a Bilbao. Pero, al cabo de los años, los vecinos del páramo de la Lora se han encontrado, nunca mejor dicho, su gozo en un pozo.
Un charco negro y viscoso en mitad de un patatal. Así empieza la historia del yacimiento de petróleo más prometedor que ha tenido España.
Primero llegaron los ingenieros. Hicieron sus cálculos y prospecciones. La geología invitaba a soñar. ¡Y de qué manera! Un área de 460.000 hectáreas rica en gas natural (un indicio casi inequívoco de que el oro negro estaba cerca). Después acudieron los políticos. Era el año 1963 y el régimen, con don Manuel Fraga como ministro de Información y Turismo, vendió a bombo y platillo la idea de una España energéticamente autosuficiente. La púa más sangrante en la balanza de pagos del país (la factura de la gasolina) saldada de una vez y para siempre. Por último llegaron los periodistas. ¡Paren las rotativas! Los reportajes del NO-DO de la época son de un optimismo tan eufórico que, vistos en la distancia, hacen sonreír. La telefonista del pueblo se las veía y deseaba para dar línea a las llamadas internacionales. La Lora recibió la visita de los entonces príncipes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, que se manchó el abrigo con el preciado combustible.


Un consorcio de empresas con Campsa, la compañía estatal, a la cabeza instaló las primeras máquinas de bombeo. Se habló de construir una gran refinería en un campo de girasoles. Y se proyectó un ambicioso y larguísimo oleoducto que conectaría Burgos con el puerto de Bilbao, una obra faraónica para la época, del calibre del transvase Tajo-Segura. Al final bastó con una pequeña tubería de 11 kilómetros de longitud que va desde los pozos hasta la cercana carretera nacional. Ya no está operativa, pero camiones cisterna siguen recogiendo la escasísima producción y la llevan a quemar a un par de industrias, pues el petróleo es de tan mala calidad que estropearía los catalizadores de las refinerías. La única forma de comercializarlo es en bruto y a granel, como combustible para empresas del vidrio en el País Vasco y Cantabria.
Las máquinas extractoras (conocidas como los ”caballos”) siguen cabeceando en el campo burgalés. Y la estampa es engañosamente espectacular. El negocio es modesto, pero con los precios actuales del petróleo da para ir tirando. Se abrieron nuevos pozos a finales de los años 90, hasta completar un total de 53. Una turbina de tres megavatios de potencia para bombear el gas fue desmontada, como se han ido desmontando las desmedidas esperanzas depositadas en el yacimiento. La producción actual, con sólo 11 pozos activos, oscila entre la media docenita de barriles en los días tontos y los 80 en los días buenos. La plantilla está bajo mínimos. Catorce operarios, la mayoría vecinos de la zona, se bastan y se sobran para atender la explotación, que se extiende en un perímetro de siete kilómetros cuadrados. Allí no peregrinan los magnates de la OPEP, sino arqueólogos y paleontólogos atraídos por los 50 dólmenes y menhires desenterrados. La Prehistoria convive con los modernos aerogeneradores del parque eólico. Los municipios de Ayoluengo y Sargentes apenas suman 20 habitantes censados, sin contar los veraneantes.
Cuando tantas expectativas quedan defraudadas, lo que flota en el ambiente es una cierta melancolía, por no decir depresión. Muchos emigraron o residen en otras poblaciones. Y los que se han quedado trabajan como leones (turnos de 12 horas, siete días a la semana). No obstante, durante cuatro décadas no ha dejado de extraerse crudo, eso sí, con cuentagotas, a pesar de que las reservas invitaban a tirar cohetes. Además de la paupérrima calidad del petróleo, su distribución en el subsuelo es tan dispersa e irregular que los gastos de logística se disparan y la rentabilidad es mínima.
La propiedad del campo petrolífero ha cambiado de manos varias veces. Primero las empresas se lo disputaban, luego pugnaban por quitárselo de encima. Repsol se lo compró de saldo a la norteamericana Chevron en 1990, con vistas a utilizar las infraestructuras existentes para adiestrar allí a sus técnicos y operarios. El entrenamiento se realizaba en la planta de tratamiento del crudo, donde se separaba el agua y el gas para que funcionasen las bombas de superficie. En 2002, la multinacional española vendió la mayoría de sus acciones a la británica Northern Petroleum, que jugó la baza de encontrar nuevas bolsas de gas. La apuesta le salió rana y nuevamente se repitió la vieja cantinela: de las ilusiones iniciales al desánimo. El año pasado cedió el testigo a la también británica Ascent Production.
No hay mal que por bien no venga, y los aficionados a la astronomía se dan cita en unos parajes donde no hay rastro de contaminación lumínica.


Pero la vida sigue en el páramo de la Lora. Los agricultores cultivan una patata de siembra sensacional, aunque la Unión Europea se haya empeñado en orientar la producción hacia el girasol y el cereal, para que no compita con las patatas de otros países socios. Caprichos de la política agraria comunitaria. La naturaleza es espléndida: trigales verdes, genistas amarillas, gamones blancos. Orquídeas y avellanos silvestres. Todo tipo de setas. Roquedales calcáreos de piedra descarnada se asoman al Ebro desde las alturas. Los cañones del valle del río Rudrón producen vértigo. Es tierra de perdices, corzos y jabalíes. Y uno de los últimos feudos en la península Ibérica del lobo.