domingo, 8 de febrero de 2009

JUNIO EL PETRÓLEO, 6 DE JUNIO 1.964

EL PETRÓLEO
6 DE JUNIO 1.964








HALLAZGO DEL ORO NEGRO

A las 12.15 horas del sábado 6 de junio de 1964, unos 6.000 litros de petróleo salieron de las entrañas de la tierra en Valdeajos. Era la primera vez que el oro negro aparecía en España y la noticia se recibió con alborozo en todo el país. Hubo excusiones masivas, proyectos económicos que iban desde una refinería hasta infraestructura hotelera, triunfalistas declaraciones de la clase política de la época.
En pocos días pasaron por Valdeajos todas las autoridades provinciales, desde el arzobispo, Segundo García de Sierra, hasta el gobernador civil, Eladio Perlado. No faltó ni siquiera el ministro Jorge Vigón, que ocupaba la certera de Obras Públicas.
Todas las declaraciones fueron tan triunfalistas que la fiebre del oro negro se desató entre expertos y profanos. Así. CAMPSA, que tenía el 50% de participación en el sondeo, suspendió su cotización en bolsa el lunes 8, y cuando volvió al parqué el jueves 11, sus acciones subieron en 10 minutos 40 enteros en Madrid.



Hubo polémica sobre las expropiaciones. “Estuvimos en negociaciones con gente de la empresa y de la Delegación de Industria”. Recuerda Aurelio Arce, entonces jefe de la Hermandad de Agricultores y Ganaderos de Sargentes. “Nosotros queríamos que se nos pagara siquiera a siete pesetas el metro, y ellos que a cuatro, que no podían pagar más. Y a ese precio nos pagaron”. Eladio Perlado, gobernador civil entonces, recuerda también la polémica de la expropiación. “La gente de la Lora creyó que tenía allí un Eldorado y quisieron obtener buenos precios. Quizá estaban manejados por alguien o quizá alguien envenenó la negociación. Yo hice de hombre bueno: hablé con el ministro de Industria, Gregorio López Bravo, y le dije que la gente se sentía defraudada. Al final se les trató generosamente”.
El Ayuntamiento hizo numerosas gestiones, todas ellas sin éxito, para conseguir que la empresa explotadora del petróleo pagara a los pueblos algún tipo de canon o de impuesto. “Mientras no cambie la ley de Minas, no hay forma de cobrar nada. El subsuelo es del Estado. Pagan únicamente el suelo, que no compran, ya que es una cesión para 50 años. Y los impuestos industrial y de radicación los pagan, al parecer, en Madrid, donde está la sede de las empresas”. Manifestaba Fermín Santidrián, secretario del Ayuntamiento de Sargentes.


La explotación industrial del campo de la Lora comenzó en 1967, fecha en la que entra en funcionamiento una estación receptora de 11.000 barriles de capacidad, que recibe el crudo de los diferentes pozos, y un oleoducto de 10 pulgadas de diámetro y 11 kilómetros de longitud, que saca el petróleo a la estación terminal de Quintanilla Escalada, en la carretera de Burgos a Santander, desde donde camiones de CAMPSA lo llevan a distintas empresas de Valladolid, Burgos, Miranda de Ebro y Bilbao, donde se usa como combustible.
Cuando se halló el petróleo, la concesión de la Lora pertenecía a CAMPSA en un 50% y a Amospain, consorcio formado a partes iguales por Chevron y Texspain, el restante 50%.
Según Hilrey J. Watson, jefe de explotación de Chevron, el petróleo de la Lora no se puede refinar porque tiene un alto porcentaje de arsénico, que, unido a la relativamente pequeña de cantidad de producción, haría muy gravoso el proceso. Desde 1964 se obtenido de este campo unos 12.400.000 barriles de crudo. “La máxima producción, manifiesta Watson, se alcanzó en 1.969, con unos 4.000 barriles diarios. Después se produjo una caída constante hasta llegar a los 800 barriles”. La producción salía de 48 pozos que había abiertos en los términos de Sargentes, Ayoluengo, Valdeajos y San Andrés de Montearado.
Cualquier viajero que cruce el páramo de Masa hacia Santander durante la noche verá hacia el Noroeste el resplandor lejano de un fuego. Es el gas de la Lora. Desde hace 20 años, se queman diariamente un millón de pies cúbicos de gas. Se utilizó posteriormente como energía para caballetes y bombas y la producción de energía eléctrica en una minicentral termoeléctrica.
“No fue una desgracia que apareciera aquí el petróleo, pero tampoco nos hemos beneficiado en grandes cosas” Comenta Aurelio Arce.
Sargentes tenía cuando apareció el petróleo 1.964, 287 habitantes; Valdeajos, 135; Ayoluengo, 43. Trabajan aquí 250 personas en los sondeos o en el tendido del oleoducto. Desde entonces la población no ha hecho más que disminuir hasta llegar casi al despoblamiento. Los habitantes nunca dejaron de trabajar en lo de siempre: la patata y los cereales.




HISTORIA DE UNA DECEPCIÓN

Iba a ser un yacimiento millonario, con un espectacular oleoducto de Burgos a Bilbao. Pero, al cabo de los años, los vecinos del páramo de la Lora se han encontrado, nunca mejor dicho, su gozo en un pozo.
Un charco negro y viscoso en mitad de un patatal. Así empieza la historia del yacimiento de petróleo más prometedor que ha tenido España.
Primero llegaron los ingenieros. Hicieron sus cálculos y prospecciones. La geología invitaba a soñar. ¡Y de qué manera! Un área de 460.000 hectáreas rica en gas natural (un indicio casi inequívoco de que el oro negro estaba cerca). Después acudieron los políticos. Era el año 1963 y el régimen, con don Manuel Fraga como ministro de Información y Turismo, vendió a bombo y platillo la idea de una España energéticamente autosuficiente. La púa más sangrante en la balanza de pagos del país (la factura de la gasolina) saldada de una vez y para siempre. Por último llegaron los periodistas. ¡Paren las rotativas! Los reportajes del NO-DO de la época son de un optimismo tan eufórico que, vistos en la distancia, hacen sonreír. La telefonista del pueblo se las veía y deseaba para dar línea a las llamadas internacionales. La Lora recibió la visita de los entonces príncipes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, que se manchó el abrigo con el preciado combustible.


Un consorcio de empresas con Campsa, la compañía estatal, a la cabeza instaló las primeras máquinas de bombeo. Se habló de construir una gran refinería en un campo de girasoles. Y se proyectó un ambicioso y larguísimo oleoducto que conectaría Burgos con el puerto de Bilbao, una obra faraónica para la época, del calibre del transvase Tajo-Segura. Al final bastó con una pequeña tubería de 11 kilómetros de longitud que va desde los pozos hasta la cercana carretera nacional. Ya no está operativa, pero camiones cisterna siguen recogiendo la escasísima producción y la llevan a quemar a un par de industrias, pues el petróleo es de tan mala calidad que estropearía los catalizadores de las refinerías. La única forma de comercializarlo es en bruto y a granel, como combustible para empresas del vidrio en el País Vasco y Cantabria.
Las máquinas extractoras (conocidas como los ”caballos”) siguen cabeceando en el campo burgalés. Y la estampa es engañosamente espectacular. El negocio es modesto, pero con los precios actuales del petróleo da para ir tirando. Se abrieron nuevos pozos a finales de los años 90, hasta completar un total de 53. Una turbina de tres megavatios de potencia para bombear el gas fue desmontada, como se han ido desmontando las desmedidas esperanzas depositadas en el yacimiento. La producción actual, con sólo 11 pozos activos, oscila entre la media docenita de barriles en los días tontos y los 80 en los días buenos. La plantilla está bajo mínimos. Catorce operarios, la mayoría vecinos de la zona, se bastan y se sobran para atender la explotación, que se extiende en un perímetro de siete kilómetros cuadrados. Allí no peregrinan los magnates de la OPEP, sino arqueólogos y paleontólogos atraídos por los 50 dólmenes y menhires desenterrados. La Prehistoria convive con los modernos aerogeneradores del parque eólico. Los municipios de Ayoluengo y Sargentes apenas suman 20 habitantes censados, sin contar los veraneantes.
Cuando tantas expectativas quedan defraudadas, lo que flota en el ambiente es una cierta melancolía, por no decir depresión. Muchos emigraron o residen en otras poblaciones. Y los que se han quedado trabajan como leones (turnos de 12 horas, siete días a la semana). No obstante, durante cuatro décadas no ha dejado de extraerse crudo, eso sí, con cuentagotas, a pesar de que las reservas invitaban a tirar cohetes. Además de la paupérrima calidad del petróleo, su distribución en el subsuelo es tan dispersa e irregular que los gastos de logística se disparan y la rentabilidad es mínima.
La propiedad del campo petrolífero ha cambiado de manos varias veces. Primero las empresas se lo disputaban, luego pugnaban por quitárselo de encima. Repsol se lo compró de saldo a la norteamericana Chevron en 1990, con vistas a utilizar las infraestructuras existentes para adiestrar allí a sus técnicos y operarios. El entrenamiento se realizaba en la planta de tratamiento del crudo, donde se separaba el agua y el gas para que funcionasen las bombas de superficie. En 2002, la multinacional española vendió la mayoría de sus acciones a la británica Northern Petroleum, que jugó la baza de encontrar nuevas bolsas de gas. La apuesta le salió rana y nuevamente se repitió la vieja cantinela: de las ilusiones iniciales al desánimo. El año pasado cedió el testigo a la también británica Ascent Production.
No hay mal que por bien no venga, y los aficionados a la astronomía se dan cita en unos parajes donde no hay rastro de contaminación lumínica.


Pero la vida sigue en el páramo de la Lora. Los agricultores cultivan una patata de siembra sensacional, aunque la Unión Europea se haya empeñado en orientar la producción hacia el girasol y el cereal, para que no compita con las patatas de otros países socios. Caprichos de la política agraria comunitaria. La naturaleza es espléndida: trigales verdes, genistas amarillas, gamones blancos. Orquídeas y avellanos silvestres. Todo tipo de setas. Roquedales calcáreos de piedra descarnada se asoman al Ebro desde las alturas. Los cañones del valle del río Rudrón producen vértigo. Es tierra de perdices, corzos y jabalíes. Y uno de los últimos feudos en la península Ibérica del lobo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario