lunes, 9 de febrero de 2009

AGOSTO


A G O S TO




(Agosto se representa por la trilla del cereal).

Durante todo el verano, también los domingos eran laborables. Se podía segar, trillar y acarrear. La mies no podía esperar a que una tormenta arruinara el trabajo de todo un año. Los domingos, procuraban trabajar en las tierras más cercanas al pueblo, para que, cuando sonaran las campanas, les diera tiempo a llegar a misa. El cansancio se iba acumulando y los días festivos de Santiago y Nuestra señora eran bien aprovechados para dormir y descansar.
Las chicas también trabajaban en el campo y en la era, Pero siempre bien tapadas. Había que estar blancas y guapas, como los veraneantes, para las fiestas de septiembre. Se daban una maña especial con el pañuelo para dejar libres los ojos y la boca.
En verano, para poder disponer de carne fresca, se mataba el “adra”. Se reúnen cinco vecinos en un portal, charlan un rato sobre qué tipo de oveja matar. Después cada uno trae una oveja y van pasado sus manos por el lomo de las cinco ovejas para comprobar si todas están igualmente gordas. Si alguna desentona, se reemplaza por otra, hasta que se llega a una igualdad. Se echa a sorteo el orden para sacrificar la oveja. Se disponen cinco pajas de distinta largura y se van cogiendo del puño cerrado.
El sábado de cada semana se mata la oveja. La dueña recogerá la sangre batiéndola, en otro recipiente recogerá también el vientre. Más tarde se harán las morcillas. La carne en canal se dejará orear toda la noche. Por la mañana del domingo irán llegando las vecinas. Cada una se llevará un cuarto, delantero o trasero según corresponda, previamente pesado. A la semana siguiente correrá el turno. Recibiendo el mismo peso y el mismo cuarto que el dado. La carne se metía en una fresquera, que era un cajón cubierto por los cuatro costados por una tela metálica para que impidiera entrar las moscas y se colocaba en la parte más fresca de la casa. “Que no le cague la mosca”. Así se conservaba en buen estado durante unos cuatro o cinco días.

Ya en julio los yeros comenzaban a cambiar de color. A mediados se comenzaba a segar. Se comenzaba por las fincas adelantadas, más secas, de Páramo o Sudesa.
Los hieros se segaban a dalle. Si estaban tumbados la siega era más dificultosa y más lenta. Tras el segador, un chico o una mujer iba recogiendo el trecho y haciendo gavillas. Las gavillas se iban colocando longitudinalmente en varias filas, formando una “morena”. Por último se arrastraba recogiendo lo que no habían podido atrapar con la horca.
Al segar los hieros solían encontrarse nidos de codorniz o salir una pollada de pequeños “cogornigones”. Para los chiguitos era toda una ilusión. Se solía poner una gavilla junto al nido para, al anochecer, volver, echar una chaqueta y atrapar a la codorniz. No siempre había suerte. Era la hora de hacer una jaula con unas tablas, unas puntas y un trozo de malla, que no siempre era fácil encontrar.
Al terminar de segar los hieros, ya la cebada estaba seca y comenzaba su siega. Concluida ésta comenzaba la siega del trigo, que era más larga porque había más sembrado.
La cebada y el trigo se segaban a dalle. El dalle se deslizaba con fuerza de derecha izquierda llevando consigo las altas cañas para depositarlas en una hilera bien igualada. El trecho era recogido por una mujer haciendo haces bien igualados y atados con unas cañas de trigo a modo de cuerdas. El atar no era una labor fácil, o se rompían las cañas en las espigas o quedaba el flojo.
Los haces eran llevados a la morena, colocados unos sobre otros con las espigas hacia delante y sobre las espigas otros haces. De esta manera las espigas quedaban protegidas del pedrisco o del agua.
El repiquetear de las pizarras sobre la hoja del dalle rompía el silencio de la mañana y daba un pequeño descanso al segador y un cierto alivio a la recogedora de que no se le amontonara el trabajo.
Al caer la tarde con el dalle o el rastro al hombro se hacía el camino del vuelta al pueblo. El sonido de las colodras marcaba el ritmo cansino de los pasos.
La siega del trigo se hacía por la mañana. La tarde se dedicaba a trillar los hieros y acarrear para la trilla del día siguiente.
A primeros de los cincuenta, el herrero de Basconcillos comenzó a comercializar las primeras máquinas segadoras. A la máquina segadora se la vio como una novedad. Costó su introducción. Primero la compraron los más avancistas.. Cada año aparecían dos o tres nuevas. Finalmente todos se hicieron con ella. “Mi padre va comprar una segadora”. Decía un chaval, dando envidia a su amigo.
La máquina segadora se componía de un viga de tiro, unos engranajes, unos rastros y un tablero con una cuchilla en su frontal sobre dos ruedas de hierro. La rueda de la derecha era grande, la de la izquierda pequeña, sobre ésta iba el tablero. A la derecha, al costado de la rueda grande iba un asiento de hierro. Para segar había que echar un gato, quitar la rueda pequeña, bajar el tablero encajando en un mecanismo y colocar la rueda en el costado derecho del tablero.

La máquina estaba lista para segar, pero antes había de “desorillar”, es decir hay que segar a dalle un trecho para que la pareja de bueyes y la rueda grande no pisen el trigo plantado. El invento era invento, pero menor,
Ya está todo listo para la siega. Se da la orden a los bueyes. Con el movimiento, la cuchilla va cortando, las cañas cayendo sobre el tablero y los rastros en movimiento impiden que lo cortado caiga sobre el corte. Cuando el tablero se encuentra lleno, el chico del asiento pisa una palanca y uno de los cuatro rastro baja más y arrastra lo segado y lo deja en gavillas sobre la tierra.
Ahora el trabajo de amorenar es más fácil. Los haces prácticamente están hechos, y ya no se atan. Las morenas crecen rápidamente. Ya sólo queda arrastrar y respigar. La labor de respigar podía ser eterna, Siempre quedarían espigas. El respigar era trabajo de las mujeres que son más pacientes y más conocedoras de las necesidades y apuros de la casa. Era fácil una bronca: “tanto respigar , así no se sale de pobres”.
A mediados de julio comienza la trilla, primero de los hieros, después la cebada y finalmente el trigo.
El primer trabajo era el acarreo. El carro se preparaba para el acarreo con unas ampliaciones desmontables de madera, las “angarillas”, unas delante de la caña del carro a lo largo de la viga de tiro y otras tras la caña sobre la ravera. De esta manera se ampliaba al máximo su capacidad. Así permanecería todo el verano.

Llegado el carro a la tierra, se aproximaba a una morena y se comenzaba a cargar. Se necesitaban dos personas para cargar: una desde abajo iba dando con la horca las gavillas y otra desde el carro las cogía y colocaba adecuadamente, como en una construcción, los cimientos tenían que estar bien asentados para poder ganar altura con solidez. Terminada una morena se llevaba el carro a la próxima hasta que el carro tenía ya bastante altura. Se pasaba el rastro de arriba abajo y adelante a atrás para que no se fuera cayendo por el camino. Finalmente se echaba una larga soga cruzando de un lado a otro y de atrás a delante. El de arriba se bajaba del carro con la ayuda de la soga. Era el momento de tirar los dos de la soga para apretar más y que la mies quedara bien segura.
El carro se ponía en camino hacia la era. Siempre existía el miedo y el peligro de “entornar”, que el carro volcara y vuelta a empezar.

Llegado el carro a la era, se descarga procurando distribuir las gavillas a los largo del círculo de la parva. Por la mañana los pequeños de casa con sus horcas de madera “tenderán” la parva. Es decir, desharán las gavillas y las extenderán a lo largo y ancho de la era procurando que la mies quede ahuecada. El sol hará su trabajo secando la mies y preparándola para la trilla. A veces a media mañana se daba una vuelta la parva.
La trilla comienza a medio día y termina a media tarde. Es un trabajo pensado y cansino. De pronto una canción popular se oye rompiendo la monotonía.
La vacada ha llegado a medio día. Tras las horas de siega, en casa se come rápido. Se suelta un buey, el padre le coge por los cuernos y pone una melena protectora sobre la testuz, el chico pone un yugo de arar sobre la melena y el padre sujeta el yugo con una coyunda de cuero a la cabeza del buey. Se suelta el otro. Ya está uncida la primera pareja. Se unce la segunda. Al caballo se le pone una collera.

En la era, el trillo más grande y pesado se engancha con un “camizo” al barzon del yugo de la primera pareja. La introducción de una “labija” fijará el barzón al camizo y se podrá hacer tiro sobre el trillo. La segunda pareja llevaba el trillo mediano. El caballo arrastraba el más pequeño.
Las dos parejas caminaban en sentido contrario una de otra para que las piedras de trillo hagan más efecto. Sobre el trillo subía un niño, sentado sobre un cajón de madera y con una “aijada” para conducir o arrear a la pareja. La aijada era una larga vara de avellano rematada en una punta afilada. Al caballo se le animaba con una tralla. En la parte delantera del trillo había un orinal viejo o un cubo para recoger las boñigas de los bueyes. “Ya te los has dejado cagar”. Nos solían repetir.


En la era, el trillo más grande y pesado se engancha con un “camizo” al barzon del yugo de la primera pareja. La introducción de una “labija” fijará el barzón al camizo y se podrá hacer tiro sobre el trillo. La segunda pareja llevaba el trillo mediano. El caballo arrastraba el más pequeño.
Las dos parejas caminaban en sentido contrario una de otra para que las piedras de trillo hagan más efecto. Sobre el trillo subía un niño, sentado sobre un cajón de madera y con una “aijada” para conducir o arrear a la pareja. La aijada era una larga vara de avellano rematada en una punta afilada. Al caballo se le animaba con una tralla. En la parte delantera del trillo había un orinal viejo o un cubo para recoger las boñigas de los bueyes. “Ya te los has dejado cagar”. Nos solían repetir.


Mientras los mayores se echan una cabezada a la sombra del carro.
La siesta dura poco. Pasada media hora, la mies está muy apelmazada. Los hombres dan vuelta la parva con una horca de madera. Más tarde llegó el revuelveparvas mecánico que se colocaba tras de un trillo.
También se da vuelta a los bueyes. El buey que trillaba por fuera ahora lo hace por dentro. El que trilla por fuera trabaja más, se cansa más. Hay bueyes muy listos que se niegan a trillar por fuera.
La trilla se hace muy pesada y aburrida. La monotonía se rompía con una canción a toda voz o con cualquier excusa como ir a la fuente y traer agua fresca. La botija entonces era asediada por todos.
Pasada otra media hora se da otra vuelta también con la horca. La paja se va rompiendo y acortando. Ahora la tercera vuelta de la parva se da con una pala de madera. A esta vuelta también solía ponerse bozales a los bueyes para que no comieran más. Los hieros, si hace sol, se trillan bien y la parva se hace pronto.


Es hora de encamizar. Los bueyes se enganchan a la camizadera y sentados los trilladores sobre ella van amontonando la parva. Un mozo con su horca va haciendo el montón. Cada día el montón va creciendo y cada día se necesitan brazos más fuertes para echar al montón.
Terminada la trilla hay que acarrear para la parva de mañana. Se desunce los bueyes del yugo de arar y se van unciendo al yugo, ya previamente ensobeado al carro. Se echan al carro una horca larga de hierro, un rastro, una soga y el capazo con la merienda. Cuando el carro está en dirección a la tierra se saca la hogaza de pan, unas sardinas en aceite, un trozo de queso, una cebolla, un tomate y la bota de vino. Entre traqueteos entra bien la comida.
La trilla de hieros dura ocho o diez días. El último día al terminar la parva. Se recoge y se echa al montón, ya muy crecido. Se merienda e inmediatamente se comienza a barrer la parva con unos largos escobones. Mientras los mayores barren, los chiguitos con el rastro lo acercan al montón. Al anochecer la era está barrida. El mozo echa lo barrido al montón. Esta última capa, que tiene mucho tamo, impermeabiliza y conservará seco el grano.

Una cosa es trillar hieros y otra cosa es trillar trigo. Una cosa es trillar con sol y otra cosa es trillar un día nublado. En Valdeajos también en agosto hay días malos. Entonces los trillos comienzan a arrollar. Hay que levantarse, pisar en la parte delantera curva. No hay nada que hacer, hay que dejarlo para otro día. Hoy no se hará la parva.
Muchas tardes sale cierzo, los bueyes levantan sus morros, olfatean el salitre de mar arrastrado por el Norte, la mies se humedece y la trilla se retrasa. Se hace correr al caballo para poder terminar antes de que toque el vaquero.
La trilla de hieros dura aproximadamente ocho días, la de la cebada seis o siete y la del trigo de quince a veinte días. Cuando un vecino terminaba de trillar solía ceder una pareja a quien todavía no había terminado.
La trilla fue especialmente difícil un año de los sesenta. Agosto fue muy lluvioso y no había manera de trillar. La mies estaba húmeda y en las morenas el trigo llegó a nacerse. En las eras no se podía trillar por la humedad y se tuvo que trillar en Carrileja. Ese año no se terminó de trillar hasta octubre.
Cuando se ha terminado de segar el trigo y de trillar los hieros se puede comenzar a beldar.
Hasta mediados de los cuarenta se beldaba a bieldo. Para esta labor era absolutamente necesario el viento. Un viento fuerte, constante y en la misma dirección. Con el bieldo se cogía la mies y se tiraba a lo alto. El viento se llevaba la paja y los hieros se quedaban cerca. Se echaba la paja a un montón y el grano a otro. Posteriormente venía el cribado. Con una criba en constante movimiento se separaba el grano limpio de las granzas (gerugas no abiertas o trozos gruesos de paja).


Pronto llegó la máquina beldadora, primero la manual, (años cincuenta) y mas tarde la de motor (años sesenta).
La máquina beldadora manual era una plataforma de hierro y madera compuesta de un gran ventilador, una tolva y unas cribas. La manivela ponía en movimiento las aspas del ventilador y las cribas.

Para beldar a máquina era necesarias a menos tres personas. Una para mover sin parar la manivela, otra para abastecer a la tolva y una tercera debía retirar la paja, el grano y las granzas.
Solía dar la manivela la persona más fuerte de casa, se necesitaba resistencia. Tampoco era poco trabajo abastecer la tolva, había que llenar la bielda en el montón de la mies trillada y levantarla hasta la tolva. El trabajo de retirar la paja, el grano y las granzas era más ligero, lo solían hacer los chicos. El tamo se metía por todas partes y era muy molesto.
Terminada la bielda comienza la criba del grano. Se cambian las cribas. Ahora se colocan dos cribas más cerradas. La más abierta arriba y la más cerrada abajo. Se van llenando eradas de grano y se echan sobre la tolva. Ahora sale mucho grano limpio, algunas granzas y muy poca paja. Es un trabajo duro y molesto por el ataque de los cocos que han llegado como por encanto. Terminada la criba se van llenando sacos de grano con la media fanega. Se ata la boca con una cuerda y ya están listos para ser transportados en el carro a la troje. Si ésta se encuentra el piso superior hay que subir las escaleras con el saco a cuestas. Hoy se cogerá la cama con ganas.

Todavía queda el trabajo más molesto: meter la paja. Hay que preparar el carro. Se quitan las angarillas y en su lugar se acoplan unos altos “estelos” unidos con tablas en cada costado del carro, “los zarzos”. Adelante y atrás se colocan dos largas mantas de saco sostenidas por un palo horizontal apoyado en los tableros.
El carro se acerca al montón de paja. La manta de atrás se recoge en lo alto. Comienzan dos trabajadores a cargar sus bieldas de paja y a echarlas al carro hasta que la paja comienza a caerse. Entonces se echa la manta de atrás y ahora hay que levantar la bielda a gran altura para que la paja caiga dentro. En el carro pisando la paja se encuentra un pobre chiguito, cubierta su cabeza con un saco en forma de capucha. Muchas bieldadas caerán sobre él. Hay que aguantar. ¡Qué remedio!. El carro va ganando altura. Ahora es el vértigo y el miedo a caerse. Al menos el camino a casa será cómodo y novedoso a esa altura.
Se coloca el carro en el “bocarón” del pajar. Comienza la descarga con una horca de hierro. Dentro trabajan dos o tres personas más. Su labor no es nada envidiable. Hay que correr la paja hasta el fondo, colocarla y pisarla y todo con un polvo insoportable en un recinto cerrado. ¡Una ducha por favor!. Ensoñación. No hay agua corriente y muy poca de la no corriente, como comentaremos más adelante.
El ganado era el principal beneficiario de la paja. Se mezclaba con la harina de yeros o de cebada. Las camas del ganado consumían una gran cantidad de paja que, al mezclarse con las deyecciones de los animales, se convertía en abono útil para reponer las energías de las tierra. También servía para abastecer la “gloria”.
Para rematar se solía trillar las granzas. Con ello se “terminaba de era”.

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