sábado, 7 de febrero de 2009

FEBRERO

VALDEAJOS

DE LA

POSGUERRA AL PETRÓLEO (1964)

VIDA COTIDIANA

JOSÉ MIGUEL GONZÁLEZ




















(Febrero se representa como un achacoso anciano calentándose ramos y pies cerca de la lumbre).

Para romper el encierro en casa junto a la lumbre, cuando salía algún día bueno, los mozos aprovechaban para hacer carreras de caballos, lo que se llamaba “espajar los caballos”,. Había piques y apuestas entre ellos y daba mucho juego para la discusión en las horas muertas de la taberna.
Lo más duro del invierno era el trabajo en el patatero. Había que hacer muchas horas de rodillas, con mucho frío y poca luz. Las patatas estaban frías, las manos se enfriaban, dolían las uñas “turraban las uñas”. Era el momento de acercarse a la lumbre un rato. El tiempo se hacía interminable.
Arrodillados sobre unos sacos vacíos frente al gran montón de patatas se hacía una primera selección echándolas en tres carpanchos diferentes: las grandes y las defectuosas, las medianas y las pequeñas.
Ø Las grandes, o defectuosas para consumo: se apartaban en un montón. Una parte sería para el autoconsumo propio y la otra parte para la venta a compradores profesionales privados.
Ø Las pequeñas: tenían también un doble uso. Las más pequeñas de las pequeñas se cocían cada día para engordar a los cerdos. Las más grandes de las pequeñas o de “golpe” se reservaban para la venta a otros agricultores de regiones cercanas que buscaban una buena y seleccionada simiente. Estas patatas se cotizaban frecuentemente a un mejor precio que las de la PROPASI, lo que daba origen a la picaresca.
Ø Las medianas y sin defectos: la patata de siembra se destinaba a la venta en exclusiva a PROPASI. Según su calidad, la Compañía establecía dos categorías: seleccionada y certificada. La certificada era de una calidad superior.
La segunda selección la hacían empleados eventuales de la compañía, que procedían del Valle Redible, los “vallucos”. Un empleado, en cada patatero, iba vaciando cada cesto, previamente seleccionado por el propietario, y llenando sacos de esparto de 50 kilos.
Posteriormente pasaban los pesadores con una gran romana, un gran manojo de cuerdas, etiquetas y precintos, Con ellos solía llegar el jefe que revisaba los sacos no precintados, era el tercer y definitivo filtro.
La gran romana era una adaptación propia de la balanza romana. Sobre un gran trípode de hierro había una balanza, fija en los 50 kilos, dos cadenas terminadas en ganchos para coger los sacos y una palanca para desplazar el saco y dejarlo en suspensión. Mientras el pesador compensaba la carga, poniendo o quitando dos o tres patatas. Era un artilugio pesado que había que cargar al hombro de un patatero a otro.
Los pesadores ponían cada saco en 50 kilos. Cosían la boca, sujetaban una ficha con el nombre del propietario, variedad de la patata, calidad: seleccionada o certificada, procedencia y kilos. Finalmente ponían un precinto.
Los sacos estaban listos para el transporte. Cada día llegaba uno o dos camiones que eran cargados por los operarios de PROPASI. La llegada de los pesadores y de los camiones era recibida con alivio, pues rompía el aburrimiento del trabajo y se prestaba para gastarse alguna broma.
La patata de siembra era el producto más importante en la economía de Valdeajos. Prácticamente era el único producto para el mercado y el mayor ingreso dinerario de cada familia. Durante los años buenos hubo una sucursal del Banco Central, en el pueblo. Cuando la PROPASI pagaba, allí se presentaban los primeros, Bancos y Cajas, como cuando cae el gordo de Navidad.
Todos tenemos en la retina los tacos de 100 billetes nuevos de 100 pesetas que nuestro padre traía a casa. No les quitábamos ojo. Nos parecía mentira que pudiera haber tanto dinero y además todos los billetes eran nuevos.
Los cereales, en gran medida, eran para el autoconsumo. Sólo una pequeña parte del trigo se vendía en el mercado, al Servicio Nacional del Trigo
La PROPASI (Productora de patata de siembra) era la compañía con la que los productores tenían un contrato en exclusiva.
La Compañía se comprometía a comprar toda la producción a un precio determinado por ella y una calidad también visada por ella. Los agricultores también se comprometían a comprar, a un precio fijado por POPASI, toda la simiente de patata seleccionada e importada.
Un contrato, sin duda, leonino, pero con todo, el agricultor ganaba un mercado seguro. Nunca se ganó más dinero. Las relaciones siempre fueron tirantes y difíciles. Terminaron haciéndose trampas y finalmente la relación se rompió, aunque hubo otros motivos.
La PROPASI llegó a mediados de los cuarenta. Anteriormente se cultivaba en Valdeajos la patata roja, que consiguió un prestigio de calidad y consiguió atraer a compradores, agricultores valencianos. Compraban toda la cosecha, tanto grandes como pequeñas, para su propia siembra. Pagaban bien, pues no había intermediarios. El problema era el transporte. Había que acercarlas al tren. Los labradores cargaban sus carros y emprendían un largo camino por la Lora hasta Camesa, a más de 25 kilómetros. Veinticinco kilómetros a paso de buey. Más tarde se llevaban a Basconcillos.
Valdeajos prosperó mucho con la venta de la patata roja. Muchos vecinos emprendieron la construcción de casas nuevas.
El cultivo de la patata empujó a ampliar el terreno cultivable, especialmente apropiado para ella: “el navazal”, la Lora . El concejo determinó dar un ejido a cada vecino a cambio de una cantidad de dinero. Este dinero se empleaba para mejoras y obras del pueblo, como bajar la fuente del barrio de arriba al centro del pueblo. Se echaron egidos casi cada año. Se comenzó por la Cotorrilla. Le siguieron Fuentesapo, los Navazalezos. Se remató la roturación del Navazal con los egidos de Cendera. Estas tierras se dedicaron a la siembra en rotación bienal de patata y trigo
La roturación del Navazal supuso un gran cambio en la economía de Valdejos.
Con esta decisión ya tenía poco sentido la dedicación a las mulas. Estas mulas se compraban en Reinosa, se engordaban con los pastos del Navazal y se vendían en la famosa feria de Villadiego. Eran muy solicitadas en Tierra de Campos.


El 12 de febrero se celebraba una feria de ganado en Basconcillos del Tozo. Era una de las primeras ferias de ganado del año. Era una buena ocasión para hacerse con una buena pareja de bueyes con garantías para la nueva temporada. Durante el invierno se había podido engordar la pareja, ya vieja, para ahora venderla para carne.
En estas ferias había una amplia gama de ganado vacuno tudanco, desde bueyes viejos para carne, buenas parejas en la mejor edad para el trabajo y novillos, no domados o enseñados. Había menor presencia de ganado equino y lanar.
Entre los compradores y vendedores también había una amplía gama, desde el tratante, profesional que se las sabía todas, el comprador experimentado y el inexperto. Los inexpertos se hacían acompañar de algún vecino más avezado.
Los tratantes, vestidos con su blusa gris y su ijada dominaban las ferias. Su regateo era todo un arte, que a veces se hacía prolongar, hasta que alguien se dejaba caer por el corro y hacia el oficio de mediador , partiendo las diferencias.
El trato se cerraba con un apretón de manos, pero todavía no estaba cerrado totalmente el trato, faltaba el registro. Del registro se solía encargar un tercero imparcial, un “hombre bueno”. Era la hora de sacar las faltas y defectos para rebajar un poco el precio. Sobre todo se inspeccionaban la boca (años) y las patas (rodillones y alifaces). Los ganaderos también conocían trucos para engañar al comprador; por ejemplo, rellenaban con sebo las palas agujereadas.
Ahora se cerraba definitivamente el trato, procediéndose al pago o al cobro.
También era frecuente el cambio de parejas, compensándose las diferencias con dinero. “Ya habrás arrimado bastante”, solía recriminarle la dueña al feriante que llegaba a casa con nueva pareja.
Al caer la tarde se retiraban del ferial procurando hacer el camino de vuelta en grupo por seguridad. Los chavales esperaban con ilusión e impaciencia la llegada de los feriantes y conocer las nuevas parejas.
Había bastantes ferias de ganado en la comarca. Ruerrero Polientes, Soncillo, Sedano, Basconcillos eran las más cercanas, en torno a las 15 kilómetros. Villadiego, Cervera, y Reinosa, más lejanas, a unos 30 kilómetros.
Estas ferias convocaban a mucha vente. Se llenaban posadas y cantinas. Eran días de fiesta. Corría el dinero. Se jugaba. La ocasión también era aprovechada por los amigos de lo ajeno.

El Miércoles de Ceniza, al finalizar la misa, el sacerdote hacía una cruz con ceniza sobre la frente diciendo: pulvus eris et in pulvere converteris. Comienza la cuaresma. Tiempo de sacrificio sobre la ya sacrificada vida cotidiana del frío páramo. Tiempo de ayuno y abstinencia.
Para mitigar el rigor del sacrificio, la Iglesia vendía unas bulas de distinta cuantía en función del poder adquisitivo de los fieles. En Valdeajos, los cabeza de familia solían comprar una bula de 5 pesetas y de una peseta para cada hijo. De esta manera el ayuno obligatorio para todos los viernes del año se quedaba en una prohibición de no comer carne sólo los viernes de cuaresma. Esta norma ayudaba hacer más variada la alimentación.
Durante la cuaresma también se prohibían los bailes, cines e incluso la música. Prohibiciones que en Valdeajos estaban fueran de lugar por haber pocas ocasiones de diversión. Aunque sí hubo durante algunos años baile en un salón de Basconcillos. Era frecuente que los mozos el domingo por la tarde cogieran sus viejas bicicletas y fueran a Sargentes o que los de Barrio Panizares o Sargentes vinieran a buscar diversión y mozas a Valdeajos. En Valdeajos había más mozas que mozos, de ahí que fuera un centro de atracción juvenil. Ahora recuerdo que durante algún tiempo también hubo un salón de baile en Valdeajos.

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